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Ha fallecido el 23 de julio, a la edad de 75 años la editora, escritora y ensayista Esther Tusquets. Había nacido en Barcelona en 1936, ciudad donde residió casi permanentemente. Cursó estudios secundarios en el Colegio Alemán, y Filosofía y Letras (especialidad de Historia) en las universidades de Barcelona y Madrid. Dirigió durante cuarenta años Editorial Lumen.
Se inició tardíamente como escritora, en 1978, con la novela El mismo mar de todos los veranos a la que siguieron El amor es un juego solitario, Varada tras el último naufragio, Para no volver, Con la miel en los labios, Correspondencia privada y ¡Bingo! Ha publicado, además, dos volúmenes de relatos (Siete miradas en un mismo paisaje, La niña lunática y otros cuentos), Confesiones de una editora poco mentirosa, la recopilación de textos ensayísticos Prefiero ser mujer y varios libros para niños. Sus novelas han sido traducidas a diversos idiomas, obteniendo un notable éxito de crítica. Habíamos ganado la guerra (Bruguera 2007) es el primer volumen de sus memorias, al que siguió Confesiones de una vieja dama indigna (2009) y Tiempos que fueron (2012), coautora junto con su hermano Oscar Tusquets.
(….)Así pues, merodeo con
creciente frecuencia y toques de morbosidad por los parajes donde viví de joven
y de niña. Vuelvo en peregrinaje a los lugares de mis primeros años (leí no
hace mucho no sé dónde una declaración: “Siempre sentimos nostalgia de los
lugares donde fuimos jóvenes”, y me pareció revelador que el entrevistado, que
ni recuerdo quién era, dijera “donde fuimos jóvenes” y no “donde fuimos
felices), y ésta es la razón básica por la que no podría residir en otra ciudad
que la mía, la ciudad donde me han acontecido más cosas, ésta es la razón por
la que cualquier otra ciudad equivaldría a un destierro. Y busco el reencuentro
con los viejos amigos que siguen vivos –todavía muchos, todavía, ¿por cuánto
tiempo?, mayoría-, y me hablan de las enfermedades y éxitos escolares de sus
nietos, de que han estado en Londres y les ha parecido muy sucio,me hablan de
las ventajas de su próxima jubilación, y no me atrevo a protestar que las
enfermedades y los éxitos de unos nietos que apenas conozco me traen sin
cuidado, no me atrevo a replicar que Londres me parece una ciudad hermosa y que nunca he repararado en
que estuviera sucia, que me parecen un disparate los planes de jubilación (¿no
estábamos ayer mismo intentando abrirnos camino en nuestra vida profesional?),
que lo que de verdad pretendo, lo que espero de ellos, es resucitar jirones de
un pasado compartido (con cada ser querido que muere, que de un modo u otro
perdemos, se nos escapan pedazos de nuestra propia vida, de modo que lloro
tanto por ellos como por mí misma), a veces más real, a menudo más multicolor,
que cuanto nos está acaeciendo ahora, la recuperación de un tiempo perdido que
temo no poder llevar a buen puerto sin su ayuda.
Hasta
que al llegar al final – un final que en la juventud me parecía aterrador, en
la madurez me sublevaba, pero que estoy ahora muy cerca de aceptar-, al caer
definitivamente para mí el telón y desaparecer yo definitivamente de escena,
confluyan en un mismo punto el pasado, el presente y el futuro, y mis historias
desgarradas, deshilachadas, pasen a engrosar el amplio torrente que desemboca
en el mar común de todas las historias.
Esther
Tusquets
Fragmento de “Correspondencia privada”
Editorial Anagrama, S. A. (2001)
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