Ante el fallecimiento del catedrático de literatura
y escritor Tomás Yerro Villanueva, acaecido el pasado 10 de abril, en este
tiempo de tantas despedidas, incluyo a continuación uno de los textos enviado
por el propio autor sobre el duelo.
EL “DUELO” PICTÓRICO DE CONSUELO OCHOA
“El
dolor que no habla cierra el corazón sobreexcitado y le hace romperse”
(W. SHAKESPEARE: Macbeth)
La certidumbre
de la muerte, la propia y la ajena, nos convierte en humanos, pese a que en
nuestra intimidad nos
mostremos incrédulos ante tan desconocida, fatal e igualatoria perspectiva y a
pesar de aproximarnos a nuestro final con plena
conciencia en cada hora de nuestra vida. El poeta latino Ovidio (43 a. C.-17 d. C.) escribió: “Dondequiera
que miro no veo otra cosa que reminiscencias de la muerte.” La muerte representa una dimensión esencial de la vida:
paradójicamente, morir es vivir y vivir es también morir. Sin embargo, el enigma de la condición humana
alcanza su vértice en presencia de
la muerte por temor a su definitivo acabamiento y, tal vez más todavía, a los
pasos previos de
enfermedad, vejez decrépita y dolor. Por tanto, resulta muy lógico que todas
las civilizaciones, impregnadas
de ansias de inmortalidad, se hayan empeñado con ahínco en superar el luto poniendo memoria y monumentos donde la
muerte puso olvido y desaparición; comunicación y música frente al silencio y la soledad; sensaciones y placeres
ante la insensibilidad; diferencias y jerarquías contra la igualación; progenie donde todo se
extingue; y en la mezcla y disgregación, personalidad. Las sociedades festejan,
pues, la apoteosis humana frente a la evidencia de la mortalidad y consideran la muerte el contrapunto para realzar la
vida, potenciando, según los
valores y
creencias dominantes, la “vida más larga de la fama gloriosa” frente a la “existencia temporal perecedera” (Jorge Manrique, 1440-1479) y, con mucha
frecuencia, instalando a las personas
difuntas en una esfera sobrenatural, fundamento dogmático de todas las
religiones. La historia de
las bellas artes está plagada de obras maestras encaminadas a perpetuar el
recuerdo de los muertos y
aliviar el sufrimiento de los vivos, exponentes de arte elegíaco que hacen
honor al conocido verso
de Antonio Machado (1875-1939): “se canta lo que se
pierde.”
Aun tratándose
de una realidad universal, esperable e irremediable, la muerte de un ser
querido -recordatorio
de nuestra personal finitud y mortalidad- constituye una de las experiencias
más terribles a la que debemos
enfrentarnos. En ocasiones nos puede parecer que el dolor es insoportable, tanto mayor cuanto más hayamos
querido a la persona fallecida. Aun así, la elaboración del duelo -proceso de adaptación emocional que sigue
a la pérdida- puede convertirse en una experiencia enriquecedora, que suponga
la maduración y el crecimiento personales. Elaborar un duelo consiste ni más ni
menos que en transformar el dolor en amor, la muerte en celebración de la vida.
El duelo se
caracteriza por la aparición abrupta de pensamientos, emociones y
comportamientos inhabituales,
pero a cada individuo le afectan de una forma distinta, singular. No obstante,
hay una paleta de
vivencias comunes a la mayoría. Con la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross
(1926-2004) a la cabeza, los
especialistas describen las fases de negación, enfado-indiferencia-ira,
negociación, dolor y aceptación.
El último reto radica en recolocar emocionalmente a nuestro ser querido y mirar
hacia el futuro. No
se trata de olvidarlo sino de encontrarle un lugar apropiado y destacado para
recordar nuestra
biografía juntos, pero dejando espacio para otras relaciones significativas. La
vida nunca volverá a ser
lo mismo, pero enriqueceremos nuestro espacio con nuevas emociones y
relaciones, manteniendo
siempre en el recuerdo la sensación de lo afortunados que fuimos por haber
podido compartir
parte de nuestra existencia y nuestra dicha con esa persona. La cita de
Shakespeare revela con claridad
meridiana la necesidad de hablar, de expresar nuestros sentimientos más
dolorosos para transitar
el camino de la recuperación psicológica. Compartir el dolor deviene una vía terapéutica imprescindible para normalizar el
misterio de la muerte en términos privados y sociales.
Consuelo Ochoa
Resano ha erigido el duelo en la esencia de la presente exposición. En lugar de ocultar la muerte y hacer de ella una cuestión
tabú, la ha abordado cara a cara con mirada muy personal, inconfundible. La inesperada muerte de su hermano
Jacinto, ocurrida el día 26 de noviembre de
2012 a la edad de 69, fue el desencadenante de su duelo. La intensa relación de confraternidad, cultivada desde la infancia
hasta el momento mismo del fallecimiento, fue la causante de unas reacciones emotivas que, al cabo del tiempo,
han fructificado en un conjunto de
obras
pictóricas agrupadas bajo el marbete de “DUELO”, resultado de impulsos casi
irracionales, irrefrenables.
Reflejan, pues, momentos sombríos de la vida de la autora, al igual que su
muestra titulada “BLANCO” agavilló, en 2008, un conjunto de
creaciones que desprendían el aroma del júbilo y la pureza destilado en una etapa de plenitud vital.
Las pinturas
de “Duelo” -colores blancos, negros y grises ceniza estáticos y en movimiento-
poseenuna belleza tan fría como la de la muerte misma, capaz de transportar al
espectador a las heridas y el duelo
provocados por la muerte. Al lado de composiciones abstractas en las que
parecen vislumbrarse
elementos óseos figuran otras que crean la ilusión de representar paisajes
desolados, llenos de
estrías y aun de fisuras y abismos, acaso trasunto de las rozaduras y heridas
que han cuarteado por
momentos el ánimo de la artista. La unidad de estilo, definida por la pureza intemporal y casi metafísica de los cuadros,
otorga a la exposición una inquietante grandeza.
La frenética génesis de “Duelo” ha cumplido
una función sanadora para Consuelo Ochoa al
exteriorizar
su intimidad y trascenderla a través de experimentos pctóricos. “Duelo”
contiene, pues, un borroso y a
la vez clarividente autorretrato de su autora y, al mismo tiempo, un espejo en
el que los visitantes
podrán compartir con la creadora reconfortantes fulgores de sus agonías
personales, de sus propios
duelos.
Tomás
Yerro Villanueva
Septiembre de
2015
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