domingo, 28 de abril de 2019

Recordando a Francisca Aguirre



El pasado 13 de abril fallecía en Madrid la poeta Francisca Aguirre Benito, a los 88 años. Había nacido en Alicante el 27 de octubre de 1930. Era considerada como una de las integrantes de la generación de los años 50 y junto con Angelina Gatell, Julia Uceda y María Beneyto contribuyó a la consolidación de una poesía hecha de cotidianidad y reflexión, que sirvió de aliento a quienes vivieron los años más duros de la posguerra del lado de los vencidos.
Casada con el poeta y escritor Félix Grande (1937-2014) y madre de la también poeta Guadalupe Grande Aguirre, la muerte de su padre, el pintor Lorenzo Aguirre, ejecutado en 1942, marcó su poesía. Tras su primer libro publicado Ítaca, premio de poesía Leopoldo Panero 1971, siguieron Los trescientos escalones (1976), La otra música (1978), Pavana del desasosiego (1998), Ensayo General. Poesía completa (1966-2000), su antología poética Memoria arrodillada, La herida absurda (2006), Nanas para dormir desperdicios (2008), Los maestros cantores (2011) y Conversaciones con mi animal de compañía (2012)

Escribió también libros de relatos: Que planche Rosa Luxemburgo y Espejito, espejito, mezcla de memoria, poesía y prosa.

Entre los galardones más significativos se encuentra el Premio de la Crítica Valenciana en 2007 al conjunto de su obra concentrada en Nanas para dormir desperdicios, el Premio Nacional de Poesía en 2011 por Historia de una anatomía. Y el premio Nacional de las Letras 2018


Respecto a los motivos y temas que tienen cabida en su poesía se han señalado el amor, la memoria personal y colectiva, la muerte, la pérdida, la mirada hacia los clásicos, a la par que atenta a la realidad, a quien conmueve las penalidades de los otros y con la clara conciencia de que la poesía no ha de renunciar a una cierta función de denuncia y compasión.



El ESPECTÁCULO


Contempla el espectáculo, Penélope,
sin lágrimas, pero también sin entusiasmo.
Mira cómo se matan con sabia aplicación,
mas no es por ti, pues no eres tú
el odio que los aniquila.
Cuando te miran no ven sino el refugio,
la alcanzable guarida
donde esconder el cansancio y el miedo.
Ninguno sabe quién eres,
sólo les interesa tu leyenda
y si de pronto sorprendieran en ti
su propio rostro
te escupirían su desprecio
como se escupe a un ídolo falso.
Míralos: van a morir por algo que no existe,
déjate sobornar por la indulgencia:
no les niegues su industriosa mentira.
Sé una vez más tu antiguo límite.
Ellos van a morir mientras contemplas
la impasible sonrisa de los dioses.

                       De Ítaca (1971)

                   Autora: Francisca Aguirre


HACE TIEMPO


Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar ya no estaba en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.

Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.

Es cierto que un una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado

Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndoles crujir.
Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.

Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en su muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.

                                  De Pavana del desasosiego (1998)

                                     Autora: Francisca Aguirre