jueves, 29 de abril de 2021

Otras palabras...

 

 

En este tiempo tan extraño, por segundo mes consecutivo, es un placer haber podido colaborar con Sherezade junto a buenos compañeras/os.  Un cordial saludo. 


https://youtu.be/R_ZEX6QvjQw

 

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Sherezade virtual abril 2021


               




            Con la revista Ahora /                  Orain número 46, 
            un proyecto literario                   de Cruz Roja                              Navarra 

            Poetas Solidarios
                









viernes, 23 de abril de 2021

Palabras para el duelo

 


Ante el fallecimiento del catedrático de literatura y escritor Tomás Yerro Villanueva, acaecido el pasado 10 de abril, en este tiempo de tantas despedidas, incluyo a continuación uno de los textos enviado por el propio autor sobre el duelo.

 

EL “DUELO” PICTÓRICO DE CONSUELO OCHOA

 

“El dolor que no habla cierra el corazón sobreexcitado y le hace romperse”

 

                                                                                        (W. SHAKESPEARE: Macbeth)

 

La certidumbre de la muerte, la propia y la ajena, nos convierte en humanos, pese a que en nuestra intimidad nos mostremos incrédulos ante tan desconocida, fatal e igualatoria perspectiva y a pesar de  aproximarnos a nuestro final con plena conciencia en cada hora de nuestra vida. El poeta latino Ovidio (43 a. C.-17 d. C.) escribió: “Dondequiera que miro no veo otra cosa que reminiscencias de la muerte.” La muerte representa una dimensión esencial de la vida: paradójicamente, morir es vivir y vivir es también morir.  Sin embargo, el enigma de la condición humana alcanza su vértice en presencia de la muerte por temor a su definitivo acabamiento y, tal vez más todavía, a los pasos previos de enfermedad, vejez decrépita y dolor. Por tanto, resulta muy lógico que todas las civilizaciones, impregnadas de ansias de inmortalidad, se hayan empeñado con ahínco en superar el luto poniendo memoria y monumentos donde la muerte puso olvido y desaparición; comunicación y música frente al silencio y la soledad; sensaciones y placeres ante la insensibilidad; diferencias y jerarquías contra la igualación; progenie donde todo se extingue; y en la mezcla y disgregación, personalidad. Las sociedades festejan, pues, la apoteosis humana frente a la evidencia de la mortalidad y consideran la muerte el contrapunto para realzar la vida, potenciando, según los

valores y creencias dominantes, la “vida más larga de la fama gloriosa” frente a la “existencia temporal perecedera”  (Jorge Manrique, 1440-1479) y, con mucha frecuencia, instalando a las personas difuntas en una esfera sobrenatural, fundamento dogmático de todas las religiones. La historia de las bellas artes está plagada de obras maestras encaminadas a perpetuar el recuerdo de los muertos y aliviar el sufrimiento de los vivos, exponentes de arte elegíaco que hacen honor al conocido verso de Antonio Machado (1875-1939): “se canta lo que se pierde.”

Aun tratándose de una realidad universal, esperable e irremediable, la muerte de un ser querido -recordatorio de nuestra personal finitud y mortalidad- constituye una de las experiencias más terribles a la que debemos enfrentarnos. En ocasiones nos puede parecer que el dolor es insoportable, tanto mayor cuanto más hayamos querido a la persona fallecida. Aun así, la elaboración del duelo -proceso de adaptación emocional que sigue a la pérdida- puede convertirse en una experiencia enriquecedora, que suponga la maduración y el crecimiento personales. Elaborar un duelo consiste ni más ni menos que en transformar el dolor en amor, la muerte en celebración de la vida.

El duelo se caracteriza por la aparición abrupta de pensamientos, emociones y comportamientos inhabituales, pero a cada individuo le afectan de una forma distinta, singular. No obstante, hay una paleta de vivencias comunes a la mayoría. Con la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004) a la cabeza, los especialistas describen las fases de negación, enfado-indiferencia-ira, negociación, dolor y aceptación. El último reto radica en recolocar emocionalmente a nuestro ser querido y mirar hacia el futuro. No se trata de olvidarlo sino de encontrarle un lugar apropiado y destacado para recordar nuestra biografía juntos, pero dejando espacio para otras relaciones significativas. La vida nunca volverá a ser lo mismo, pero enriqueceremos nuestro espacio con nuevas emociones y relaciones, manteniendo siempre en el recuerdo la sensación de lo afortunados que fuimos por haber podido compartir parte de nuestra existencia y nuestra dicha con esa persona. La cita de Shakespeare revela con claridad meridiana la necesidad de hablar, de expresar nuestros sentimientos más dolorosos para transitar el camino de la recuperación psicológica. Compartir el dolor deviene una vía terapéutica imprescindible para normalizar el misterio de la muerte en términos privados y sociales.

Consuelo Ochoa Resano ha erigido el duelo en la esencia de la presente exposición. En lugar de ocultar la muerte y hacer de ella una cuestión tabú, la ha abordado cara a cara con mirada muy personal, inconfundible. La inesperada muerte de su hermano Jacinto, ocurrida el día 26 de noviembre de 2012 a la edad de 69, fue el desencadenante de su duelo. La intensa relación de confraternidad, cultivada desde la infancia hasta el momento mismo del fallecimiento, fue la causante de unas reacciones emotivas que, al cabo del tiempo, han fructificado en un conjunto de obras pictóricas agrupadas bajo el marbete de “DUELO”, resultado de impulsos casi irracionales, irrefrenables. Reflejan, pues, momentos sombríos de la vida de la autora, al igual que su muestra titulada  “BLANCO” agavilló, en 2008, un conjunto de creaciones que desprendían el aroma del júbilo y la pureza destilado en una etapa de plenitud vital.

Las pinturas de “Duelo” -colores blancos, negros y grises ceniza estáticos y en movimiento- poseenuna belleza tan fría como la de la muerte misma, capaz de transportar al espectador a las heridas y el duelo provocados por la muerte. Al lado de composiciones abstractas en las que parecen vislumbrarse elementos óseos figuran otras que crean la ilusión de representar paisajes desolados, llenos de estrías y aun de fisuras y abismos, acaso trasunto de las rozaduras y heridas que han cuarteado por momentos el ánimo de la artista. La unidad de estilo, definida por la pureza intemporal y casi metafísica de los cuadros, otorga a la exposición una inquietante grandeza.

    La frenética génesis de “Duelo” ha cumplido una función sanadora para Consuelo Ochoa al

exteriorizar su intimidad y trascenderla a través de experimentos pctóricos. “Duelo” contiene, pues, un borroso y a la vez clarividente autorretrato de su autora y, al mismo tiempo, un espejo en el que los visitantes podrán compartir con la creadora reconfortantes fulgores de sus agonías personales, de sus propios duelos.

Tomás Yerro Villanueva

Septiembre de 2015