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sábado, 23 de febrero de 2013
domingo, 10 de febrero de 2013
domingo, 27 de enero de 2013
martes, 22 de enero de 2013
Greguerías de Ramón Gómez de la Serna
GREGUERÍAS
El compás es la muleta
que necesita el pulso para trazar las curvas.
Los ojos de las estatuas
lloran su inmortalidad.
Cuando vemos arreglar
las líneas telefónicas en los tejados lejanos tememos que están enredando definitivamente nuestras
comunicaciones.
En el agua bebemos
recuerdos de paisajes.
En el gato se despereza
la S
El péndulo del reloj
acuna las horas.
Después de comer
alcachofas el agua tiene un sabor azul.
Somos lazarillos de
nuestros sueños.
El genio es toda la
paciencia y toda la impaciencia unida.
No hay nada que sepa
descansar mejor que los vagones parados en las vías muertas.
El alfabeto es un nido
de pájaros del que proceden bandadas y bandadas de palabras.
El que llora de
risa compromete a la risa y al llanto.
La mirada interrogante
no necesita signos de interrogación
Ramón Gómez de la Serna (1888-1963)
El pasado 12 de enero
se cumplían 50 años del
fallecimiento de Ramón Gómez de la
Serna, creador de las greguerías, a las que presentaba como la suma del
humorismo y la metáfora y como 'el atrevimiento a definir lo que no puede
definirse'. Su autor eligió este término —cuyo significado original es gritería
confusa— por su valor eufónico.
Humorismo + Metáfora = Greguería
Ramón Gómez de la Serna nació en Madrid el 3 de julio de 1888. Hijo de un ilustre jurista, también él estudió Derecho en Oviedo, pero desde muy
temprano se sintió atraído por la literarura. Siempre se manifestó como un
iconoclasta con respecto a las artes y tendencias culturales al uso y se mostró
como el escritor más próximo al arte de vanguardia. Su obra se caracteriza por
su arrolladora personalidad, hasta tal punto que creó un estilo conocido como
el ramonismo, sinónimo de independencia, esteticismo y provocación.
Autor prolífico de más de cien libros de todos los géneros como
la novela, el ensayo, el cuento, el teatro o el artículo periodístico —del que
fue maestro— y de la greguería, que él mismo definió como “metáfora más humor”.
Comenzó a publicar con dieciséis años: Entrando en fuego, Santas
inquietudes de un colegial (1904) cuatro años más tarde en su libro Morbideces (1908) manifiesta
una actitud crítica con los autores de la generación del 98. Colaboró en la
revista Prometeo donde publicó el ensayo El concepto de la nueva literatura (1908) considerado el primer manifiesto
vanguardista español y el Manifiesto futurista a los españoles (1912) de Marinetti.
Junto con Charlot y Pitigrilli fue admitido en la Academia
Francesa del Humor. Asimismo, en Madrid fundó la tertulia del Café Pombo que
rivalizaba con la del Café colonial dirigida por Rafael Cansinos-Assens. Muchas
son las anécdotas o excentricidades protagonizadas en sus conferencias, como
una prueba de su ingenio, agudo e
inteligente siempre.
Escribió en El Sol, La Voz, Revista de Occidente, El Liberal. Con Azorín fundó
el PEN Club español. Fue secretario del Ateneo de Madrid. En 1931 se casó en
Buenos Aires con la argentina Luisa Sofovich, fijando su residencia en la
capital bonaerense en 1939 y murió el 12 de enero de 1963, a los 74 años.
Entre sus libros: El incongruente, El secreto del
acueducto, La quinta de Palmira ¸ El chalet de las
rosas, El novelista, La mujer de ámbar, Seis falsas novelas, La nardo, Las tres gracias, Piso bajo y su obra biográfica
Automoribundia.
jueves, 17 de enero de 2013
martes, 8 de enero de 2013
lunes, 31 de diciembre de 2012
Nochevieja
Indudablemente el
reloj es el instrumento que nos ayuda a organizar nuestro tiempo. Sea cual sea
la actividad que vengamos realizando, todo es mensurable y tiene su duración. Antes de las doce campanadas, en esta
Nochevieja, he aquí la reflexión
que Antonio Machado hacía del reloj y del tiempo.
De todas las máquinas que ha construido el hombre, la más
interesante es, a mi juicio, el
reloj, artefacto específicamente humano, que la mera animalidad no hubiera
inventado nunca. El llamado homo faber, no sería homo si no hubiera fabricado relojes. Y en verdad, tampoco
importa que los fabrique; basta con que los use; menos todavía: basta con que
los necesite. Porque el hombre es el animal que mide su tiempo.
.........................
El reloj es, en efecto, una prueba indirecta de la
creencia del hombre en su mortalidad. Porque sólo un tiempo finito puede
medirse. Esto parece evidente. Nosotros, sin embargo, hemos de preguntarnos
todavía para qué mide el hombre el breve tiempo de que dispone. Porque sabemos
que lo puede medir; pero ¿para qué lo mide? No digamos que lo mide para
aprovecharlo, disponiendo en orden la actividad que lo llena. (....) Si lo
mide, en efecto, para aprovecharlo, ¿para qué lo aprovecha? Pregunta que sigue
llevando implícito el “¿Para qué lo mide?” incontestado. A mi juicio le guía
una ilusión vieja como el mundo: la creencia de Zenón de Elea en la infinitud de lo finito por su
infinita divisibilidad. Ni Aquiles, el de los pies ligeros, alcanzará nunca a
la tortuga, ni una hora bien contada se acabaría nunca de contar...
Fragmento extraído del capítulo XL del libro Juan de
Mairena
Autor: Antonio Machado (1875-1939)
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