martes, 25 de septiembre de 2012

En la pizarra de Alejandra Pizarnik

Antes de que anochezca, estos poemas de Alejandra Pizarnik , quien escribía contra el miedo, contra el viento con garras alojado en su respiración.

TIEMPO
                                                                    A Olga Orozco
Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.
Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado.

                                                                                                       Alejadra Pizarnik




       

YO  VOCES

Yo el gran salto.

Cuando la noche sea mi memoria
mi memoria será la noche


                                                    Septiembre de 1972


                                                                                                         Alejadra Pizarnik



….AL ALBA VENID….

                                                                       A Silvina Ocampo


Al viento no lo escuchéis,
al  viento.
      toco la noche,
a la noche no la toquéis,
al alba,
      voy a partir,
al alba no partáis, al alba
voy a partir.
                                                                                                          Alejandra Pizarnik   
           




FORMAS

NO  SÉ SI pájaro o jaula
mano asesina
o joven muerta entre cirios
o amazona jadeando en la gran garganta oscura
o silenciosa
pero tal vez oral como una fuente
tal vez juglar
o princesa en la torre más alta              
                                                                                                         Alejandra Pizarnik   


                                                                        
En la pizarra de  Alejandra Pizarnik  hallaron este último poema Criatura en plegaria , escrito hace
cuarenta años, poco antes de que decidiera poner fin a su vida.

                            
       En la pizarra de Alejandra Pizarnik       
 M. S. Latasa Miranda



Alejandra Pizarnik (1936-1972), escritora argentina, nacida en Buenos Aires. Hija de inmigrantes judíos procedentes del este de Europa, gran parte de su familia murió en el holocausto nazi. Residió en París, trabajando en la revista Diógenes, y en los Estados Unidos, becada por las fundaciones Fullbright y Guggenheim. Trabó amistad con importantes figuras literarias como Octavio Paz, Julio Cortázar y André Pierre de Mandiargues, e hizo también trabajos de traducción.
Desde su precoz comienzo con La tierra más ajena (1955), fue celebrada como una de las principales voces líricas de su generación. Su actitud de meditación de la palabra sobre sí misma, infrecuente en la poesía argentina (salvo excepciones como Alberto Girri y Roberto Juarroz), unida a sus obsesiones sobre la magia de la infancia y el narcisismo de la identidad, hacen de ella una personalidad singular que junto a tensión íntima, lirismo desbordante y fuerza expresiva caracterizan su poética 
El 25 de septiembre de 1972, a los 36 años, puso fin a su vida ingiriendo cincuenta pastillas de seconal sódico.  Olga Orozco, gran amiga de Alejandra, a su muerte escribió para ella Pavana del hoy para una infanta difunta que amo y lloro.
Entre sus libros de poemas: La última inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958), Arbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). En prosa se le debe el relato  La condesa sangrienta (1971).

PAVANA DEL HOY PARA UNA INFANTA DIFUNTA QUE AMO Y LLORO

                                                                               A Alejandra Pizarnik
Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se desgarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro
laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.
                                                                                 Olga Orozco
                                                                                                                 (1920-1999)










   

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