A
veces pienso cuánto me gustaría viajar a través de un cerebro infantil. Por lo
que recuerdo de mi propia niñez, creo debe de tener cierto parecido con la
paleta de un pintor loco; un caótico país de abigarrados e indisciplinados
colores, donde caben infinidad de islas brillantes, lagunas rojas, costas con
perfil humano, oscuros acantilados donde se estrella el mar en una sinfonía
siempre evocadora, nunca desacorde con la imaginación...Claro está que habría que añadir a todo eso
el sonsoniquete de la tabla de multiplicar, el chirriar de la tiza en la
pizarra, la asignación semanal, las lentes sin armadura del profesor de latín,
el crujir de los zapatos nuevos, la ceniza del habano de papá..Y también rondan
aquellas playas unas azules siluetas indefinidas que tal vez representan el
miedo a la noche, y una movible hilera de insectos multicolores cuya sola vista
produce idéntica sensación a la experimentada junto a los hermanos menores. Y
aquellas campanadas súbitas, inesperadas, que resuenan desde sabe Dios dónde y
se espera bobamente poderlas contemplar grabadas en el mismo cielo...En fin, no
es posible abarcarlo todo, ni siquiera recordarlo.
Pero
lo que no existe allí ciertamente, es la absoluta comprensión del bien ni del
mal. Por más fábulas rematadas en moraleja que nos hayan obligado a leer, por
más cruentos castigos que se acarreen las mentiras de Juanito, por más palacios
de cristal que se merezcan las pastoras buenas, la idea del bien y del mal no
arraiga fácilmente en aquellas tierras encendidas y tiernas, como en eterna
primavera. No existen niños buenos ni malos: se es niño y nada más.
Ana María Matute
Fragmento de Los niños buenos,
incluido en El tiempo y Algunos muchachos
y otros cuentos.
La escritora Ana María
Matute Ausejo nació en Barcelona el 26 de julio de 1926. Publicó sus
primeros relatos a los 16 años. El impacto de la guerra civil quedó ya
reflejado en su primera novela titulada Pequeño teatro (escrita en 1943,
pero inédita hasta 1954, cuando recibió el Premio Planeta). Su visión de la
guerra como un enfrentamiento fratricida se manifestará en muchas de sus obras
con características neorrealistas, como en Los Abel (1948), Fiesta al
Noroeste (1953, premio Café Gijón en 1952), Los hijos muertos (1958, premio de
la Crítica y premio Nacional de Literatura), Primera memoria (que obtuvo el
Premio Nadal en 1959), Los soldados lloran de noche (1964, premio Fastenrath
de la Real Academia Española), La trampa (1969) y La torre vigía (1971). En todas
estas obras la mirada protagonista infantil o adolescente es lo más
sobresaliente y marca un distanciamiento afectivo entre realidad y sentimiento
o entendimiento. Se inician con gran lirismo y poco a poco se sumergen en un
realismo exacerbado. Así sucede en El tiempo (1956), Historias de la
Artámila (1961) y Las luciérnagas, siendo este último un
relato sobre la posguerra cuya
publicacón íntegra se llevó a cabo
en 1993. Anteriormente, en 1954, había aparecido muy censurado bajo el
título de En esta tierra.
Su literatura infantil, que ha cultivado con esmero y cariño, ha
tenido una buena acogida; prueba de ello es que en 1965 obtuvo el Premio
Lazarillo por El polizón de Ulises.
Después de varios años de gran silencio narrativo, en 1984
obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil con la obra Solo un pie
descalzo. En 1996 publicó Olvidado rey Gudú y fue elegida académica de
número de la Real Academia Española. En 2000 salió a la luz su novela Aranmanoth,
ambientada
en la Edad Media, y el volumen Todos mis cuentos. Entre sus más recientes
publicaciones se encuentra Cuentos de infancia (2002), un curioso volumen
que recoge relatos y dibujos realizados por la autora durante su niñez, La
puerta de la luna. Cuentos completos (2010)
En 2007 le fue concedido el Premio Nacional de las Letras Españolas
por el conjunto de su obra y en noviembre de 2010 el
Premio Cervantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario