Margarita de
Angulema y el Heptamerón
Margarita
de Angulema, también conocida como Margarita de Navarra
(1492-1549), además de reinar entre los años 1527 y 1549 fue escritora y
humanista. Nació en el castillo de
Angulema el 11 de abril de 1492. Era hija de Carlos de Orleans, duque de
Angulema, y de Luisa de Saboya; y hermana a su vez de quien se convertiría en
rey de Francia, Francisco I. Contrajo matrimonio en 1509 con Carlos IV, duque
de Alençon. En 1527, tras la muerte de su esposo, viuda y sin hijos, se casó
con Enrique II, rey de la Baja Navarra, que trató de conquistar el territorio
del sur de los Pirineos perteneciente a la corona navarra hasta 1512. Al año
siguiente de su matrimonio nació su hija y heredera al trono, Juana III de
Albret, madre a su vez del rey francés Enrique IV. Murió en el castillo de Odos, cerca de
Tarbes, el 21 de diciembre de 1549, a los 57 años de edad.
Margarita de Angulema fue
defensora y mecenas de humanistas franceses y de distinguidos hombres de
letras, como el erudito bíblico Jacques Lefèvre d'Étaples, el escritor satírico
François Rabelais y el poeta Clément Marot, a quienes acogió en su corte. La
reina reflejó claramente el espíritu del renacimiento francés al adoptar
reformas eclesiásticas y permitir la libertad religiosa y manifestarla a través
de sus propios escritos.
Autora de numerosas poemas
e incluso de obras teatrales, su principal legado literario fue el inacabado Heptamerón (aparecido póstumamente en
1558 y con una segunda edición más completa, publicada un año después) El Heptamerón es una colección de setenta y
dos cuentos narrados en el transcurso de una semana, con una estructura parecida
al Decamerón del poeta y humanista
italiano del siglo XIV Giovanni Boccaccio, donde diez personajes se aislaban en
una villa florentina huyendo de la peste y como entretenimiento establecieron
contarse historias unos a otros, hasta llegar a cien.
Sátira moralizante, dotada
de un cierto misticismo, el Heptamerón
reúne las historias que se cuentan entre sí los miembros de un grupo de
visitantes a un balneario pirenaico, concretamente en las termas de Cauterets.
Unas lluvias cortaron las comunicaciones e impidieron el regreso a sus casas
optando por refugiarse en la abadía de Sarrance hasta que se terminara la
construcción de un puente que les facilitara cruzar el río. Se calculaba que tal empresa duraría diez
días y al ser diez las personas hospedadas, la participación de todas ellas
daría lugar a diez cuentos por día. Al cabo de diez días, serían cien.
Si os place, iremos todos los días, desde el mediodía hasta las
cuatro a ese ameno prado, a la orilla del Torrente, en el que los árboles son
tan frondosos que el sol no logra atravesar su sombra ni caldear su frescor;
allí, apaciblemente sentados contará cada uno una historia que haya visto u
oído contar a personas dignas de crédito. A cabo de diez días habremos llegado al centenar.
Los temas de las novelas,
son variados. En los de carácter religioso, subraya el prologuista de esta edición Miguel Zugasti,
que se ensalza la lectura de las sagradas escrituras y las prácticas interiores
de la fe, frente a las manifestaciones externas de una religiosidad más
aparente que real; pero destacan por su número aquellos relatos que critican a
los malos religiosos, quienes bajo la capa de honestidad están dominados por la
lujuria o la avaricia.
En los de corte profano,
amor y desamor, encuentros y desencuentros, virtudes inquebrantables, engaños,
incestos, odios, venganzas, asesinatos darán lugar a tertulias y
comentarios. Pues al final de cada
historia, se trata de extraer algún tipo de enseñanza y sirva para reflexionar
sobre la vida y pensamientos del siglo XVI. Y sobre la condición humana en
general, sea cual sea el tiempo o el lugar en que cada uno se encuentre.
Quizá uno de los cuentos
que me ha parecido más curioso es el LV correspondiente a la sexta jornada.
Refiere la astucia de una mujer para lidiar con el legado testamentario de su
marido: un rico mercader de Zaragoza. Al ver que se aproximaba la muerte y no
podría llevar consigo sus riquezas, el hombre dispuso que se vendiera lo más
caro posible un hermoso caballo árabe y se repartiera el dinero entre las
órdenes mendicantes. Así se lo encomendó a su mujer.
Acabado el entierro, la
mujer se dirigió a un sirviente que ya conocía la voluntad del fallecido, a
quien le dijo:
“Me parece que ya he perdido bastante con la persona del marido que
tanto he amado, sin tener que perder ahora los bienes. Sin embargo, no quisiera
faltar a su palabra, sino mejorar sus intenciones
(...)
Iréis a vender su caballo y a los que os pregunten: ¿cuánto?, les
responderéis: un ducado. Pero tengo un gato muy hermoso que también quiero
poner a la venta, y que venderéis al mismo tiempo por noventa y nueve ducados.
Y así el gato y caballo valdrán entre los dos los cien ducados que mi marido
quería por vender el caballo solo”.
El sirviente cumplió con
prontitud el mandato de su ama, vendiendo el lote por cien ducados. El ducado
obtenido por la venta del caballo se lo dio a los mendicantes y la viuda se
quedó con el resto para atender sus necesidades y las de sus hijos.
La edición utilizada para
esta entrada es la de la Biblioteca Básica Navarra 2002. Fundación Diario de
Navarra.
M. S. Latasa Miranda
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