martes, 10 de septiembre de 2013

Vacaciones solidarias


El txoko de Marian Ibáñez Latasa

Deportista, responsable, muy activa y solidaria, esta joven de 29 años licenciada en Periodismo en la Universidad de Navarra, acaba de regresar de Marruecos, destino de sus vacaciones como cooperante en un campo de trabajo en el extrarradio de Tetuán.

¿Recuerdas cuál fue tu primer viaje?
El destino exacto no sé cuál fue. Recuerdo que solía veranear con la familia en Hondarribia y también me vienen a la mente algunas escapaditas breves a La Rioja o País Vasco. El primer viaje más largo sería algún campamento del colegio. No se me va a olvidar nunca la primera vez que me monté en avión con 16 años para ir a Mallorca de viaje de estudios. Pasé muchos nervios y llegó un momento que no sabía si estaba volando o no…

¿Qué partes del mundo conoces?
Italia (Florencia, Toscana, Asís, Roma y Pisa), Inglaterra (Bristol y Londres), Marruecos (Tánger, Assilah, Chefchauen y Tetuán), Portugal (Coimbra, Cascais, Fátima, Lisboa y Estoril), el sur de Francia y también me he movido dentro del país. Al viaje que más aprecio le tengo dentro de la península es al Camino de Santiago en su variante francesa y no descarto enfundarme el atuendo peregrino otra vez. Luego hago bastantes escapaditas más breves. Sin embargo, todavía hay muchos lugares que recorrer.

Muchos viajes son por ocio… Sin embargo, a Tetuán con los Misioneros de África acudiste para ayudar en un campo de trabajo solidario, ¿qué te motivó a ello?
Mi primera toma de contacto con este tipo de evento fue un anuncio del periódico que vi junto a mi madre. Luego la gota que colmó el vaso fue enterarme que una de las personas que organizaba el viaje era Maite Oyartzun, una profesora que nos impartió clases de euskara en Aoiz. El mundo es un pañuelo. La verdad que los campos de misión me llaman la atención desde bien pequeña y este año tuve la oportunidad de vivir un verano diferente y me animé a ello. Además, la experiencia no me defraudó y tengo un recuerdo muy grato de mi paso por Tetuán.



¿En qué consistió vuestra estancia en Tetuán?
En principio podíamos elegir entre cuatro opciones. En primer lugar, en las colonias de un orfanato llamado LEN (La Esperanza de los Niños) cuyo eje primordial son niños en situación de dificultad. La segunda opción era la Asociación Nour (luz en árabe), una pequeña entidad sin ánimo de lucro dedicada a la atención integral de familias y personas afectadas de parálisis cerebral, especialmente en situaciones económicas desfavorecidas. Otra posibilidad fue el Centro ANJAL. Se trata de una sede de acogida y apoyo para niños de la calle. Por último y, como novedad, este año se extendieron las actividades con una nueva rama en la Asociación Manos Solidarias donde impartimos clases de español y formación con los niños y jóvenes del barrio tetuaní de Diza-Martil.


 ¿En cuál participaste? ¿Cómo describirías el día a día de tu ayuda?
En mi caso, no tenía preferencia por ninguno de ellos. Cualquiera sería bienvenido. De este modo, el azar me llevó al último. Impartimos clases de español en Martil, un barrio muy pobre de la ciudad. Teníamos un grupo de chavales de entre 8 y 22 años. En principio, pensamos en dividir la clase en dos, más o menos por edades, sin embargo, viendo la recepción tan positiva del conjunto, impartimos los mismos contenidos a todos, sin hacer distinciones. Fue una gozada, ninguno puso pegas ante las actividades propuestas. Y lo más importante, además de aprender, lo pasaban en grande y acudían a su cita diaria sin pereza.
  
Es algo muy gratificante, ¿verdad?
Sí, ha sido una experiencia muy bonita. Lo que me llamó la atención son las muestras de agradecimiento. Hay un detalle en ellos cuando te saludan dándote la mano. Si llevan la mano al corazón después del apretón, es señal de cariño y sinceridad en el saludo. Es cierto y lo pude comprobar de primera mano. En 15 días tampoco puedes realizar milagros, nosotros estamos de paso y ellos se quedan ahí. Me llevo un recuerdo precioso y con la sensación de haber puesto mi «granito de arena».

¿Recomendarías la experiencia?
Por supuesto. Si te gustaría hacer algo por los demás, sobre todo en un núcleo más desfavorecido, adelante. Por otro lado, sumergirte en otro país con una cultura, religión y costumbres diferentes sirve para quitarte prejuicios que muchas veces tenemos formados acerca de otras culturas. Eso sí, ante todo debe primar el respeto.

Además, bebes de otras gentes, cultura, costumbres…
Tratar con la gente es uno de los aspectos más enriquecedores. En el mundo marroquí, si les entras por el «buen ojo», te abren los brazos y su casa es la tuya. Son muy hospitalarios. Pudimos probar gastronomía típica como cuscús y el té está buenísimo y tiene un sabor muy intenso. Por otro lado, tratas con personas  interesantes que, aunque compartas unos minutos con ellas, sirven para construir el mosaico de tu vida. Pude conocer de primera mano la historia tetuaní, conversar con taxistas, vendedores de la medina (mercado) y aprender algunas palabras en árabe. Me quedé con pena de no haber accedido a una mezquita, pero, al ser su lugar de culto, está prohibida la entrada.

¿Pasaste miedo?
No. Recuerdo un momento en el que fui con dos amigas del grupo a la medina. Entramos en una tienda de alfombras y el dueño comenzó a llevarnos a la parte superior del edificio. La chica que iba en cabeza nos dijo que, mientras subíamos, nada bueno se le pasaba por la cabeza. Sin embargo, los dos señores nos mostraron un despliegue terrible de alfombras y colchas, incluso nos agasajaron con un té.

¿Con qué detalle te quedarías del viaje?
Me llevé una sensación muy positiva del grupo. Fui sin conocer a casi nadie y encontré gente muy sanota de distintos puntos del país. Enseguida hubo una conexión terrible y todos con un mismo objetivo: dispuestos a ayudar y hacer el bien a los demás. Recuerdo que el segundo día, volviendo de una excursión en autobús, el chófer puso la canción de «volare» y hubo un momento de locura conjunta donde todos bailamos y cantamos a pleno pulmón.

Seguro que hay mil anécdotas. ¿Alguna en especial?
Detalles hay muchísimos y de todos aprendes algo. Los primeros días tuvimos un encuentro multicultural donde participamos gente de todo el mundo. Cada uno aportó su mejor dote artística: poemas, bailes, testimonios de vida, canciones... Aprendimos una polka muy sencillita para la ocasión. Sin embargo, uno de los grupos, que actuó delante de nosotros, realizó exactamente el mismo baile. ¡Qué casualidad! Mira que hay bailes en el mundo… Fue muy divertido.

 ¿Cuál es tu próximo objetivo?
No tengo un destino concreto, pero hay que viajar y conocer mundo. Hay muchos sitios a los que ir. Ahora que soy joven, tengo ganas y puedo hacerlo, hay que aprovechar. Me gustaría conocer muchos enclaves de Europa y no descarto realizar un viaje más largo y cruzar el charco. Si puede ser otro tipo de voluntariado, mejor que mejor. ¿Por qué no?

¿Quieres destacar o agradecer algo?
Me gustaría agradecer a todas las personas que te vas cruzando en los caminos de la vida y te ayudan a plantearme muchas cosas y pararte a recapacitar. De todas ellas aprendes algo y te dejan huella. Una experiencia de este tipo sirve para abrir los ojos, exprimir todos los momentos del día a día y darnos cuenta que solo tenemos una vida y merece la pena vivirla bien. De este modo, «sumar te resta muy poco».

                                                                
                                                                                                      

Experiencia solidaria en Martil-Diza (Marruecos) contada por Marian Ibáñez


Cinco sentidos: gusto, tacto, oído, olfato y vista. En nuestra experiencia solidaria en Martil pudimos poner a prueba cada uno de ellos. Sin embargo, el olfato sobresale del resto. Martil es un barrio pobre y, en el enclave donde se localiza el centro en el que realizamos nuestra acción (Manos Solidarias), esa realidad es más acusada. De este modo, cada mañana cruzábamosuna charca con agua estancada; algo másparecido a un vertedero. Respirar con normalidad es una odisea. Incluso algunos lugareños también tapan su nariz al cruzar «aquel paraíso». 



No importa. Todos somos personas y aquí entra en   juego el tema de la dignidad humana. Diferencias  aparte, nosotros (Ana, Elena, Xabi y yo) llevamos a cabo nuestra labor solidaria. Cada día, Mohamed nos recibía con una sonrisa de oreja a oreja en el centro.
Bien es cierto que, los primeros días compartimos   cancha con el grupo de Oblatas. Así que, en la primera toma de contacto nos tocó observar. Mucho que observar y que aprender. Nos dejamos llevar de la mano para, poco a poco, poner nuestro granito de arena. 

Al principio, el grupo estaba formado por niños. Pero el tercer día, dos adolescentes saltaron al terreno de juego. ¡Qué disposición por aprender! Si hay que escribir, se escribe. Si hay que jugar, se juega. Si hay que cantar, se canta. Nadie ponía pegas ante las actividades propuestas.

                                                                    
 De esta manera, el cuarto día en Martil estudiamos las partes del cuerpo y, como colofón, todos jugamos a  «bomba». Así repasamos los números y, al mismo tiempo, nos divertimos. Mohamed reía a carcajadas.    El  último día  de la semana se unió un nuevo compañero adolescente.  Dedicamos la jornada a repasar lo hasta ahora aprendido y empezamos a codearnos con algunos alimentos. 





Cambio de chip. La segunda semana de trabajo tomamos el testigo de nuestros compañeros de Oblatas. La vida te da sorpresas y, en esta ocasión, el grupo de mayores amplió su número. Por ello, dividimos la clase para facilitar una enseñanza más personalizada y lúdica con juegos como el pictionary; el juego de parejas o hundir la flota. 

Como gesto bonito, cabe destacar la acción que realizó uno de nuestros «alumnos». En el regreso a Tetuán, conseguir un taxi se estaba convirtiendo en misión imposible. A pesar de ello, vimos la luz al final del túnel y prueba superada. Una vez dentro del coche, nuestro protagonista (con elquecompartimos viaje) tuvo el detalle de querer pagar la plaza de Aya (hija de Gimo). Un gesto precioso.

Después de la tormenta, siempre llega la calma. 
Así que, al día siguiente la clase transcurrió sin problemas: las acciones/verbos fue el eje de la explicación. Concluimos  con una partida al bingo y un taller de pulseras donde  los niños, y los no tanto, nos divertimos. 

¡Sorpresa, sorpresa! En el ecuador de la semana comenzaron a desfilar caras nuevas. Como todos los días, llevábamos nuestro planning. Sin embargo, este imprevisto nos pilló fuera de juego. Ante tal tesitura, la «cuadrilla» Martil pasó a la acción. Dividimos la clase en cuatro grupos y cada uno capitaneó a sus grumetes. La cuestión es que los niveles eran muy diferentes. Por eso nos adaptamos a las necesidades y los ritmos de aprendizaje.


Siguiendo por los mismos derroteros, el nuevo día trajo novedades. Xabi: baja. Un incómodo dolor de cabeza no le permitió desplazarse al centro. Para más inri, el virus, sin piedad, atacó a Ana en el mismo Martil. Ante este plantel, Elena y yo tuvimos un vis a vis con nuestras respectivas audiencias.

Todo principio tiene un final. El viernes llegó sin darnos cuenta. Un día de despedidas y para hacer una última radiografía en la sala de Manos Solidarias. Entonces faltó Ana, pero la tuvimos muy presente, sobre todo en el momento del taller de abalorios. Incluso ellos preguntaban por ella. Fue una mañana distendida donde los juegos y las carcajadas de los protagonistas rompieron el silencio.

Las despedidas no son fáciles. Pero es hora de partir. Nuestra pequeña aventura termina y ellos
se quedaron allí. Nos dejaron las puertas abiertas. Nos marchamos con la mochila cargada de gestos, miradas, sonrisas, ilusiones… ¿Qué más podemos pedir? Hasta pronto Manos Solidarias. 

Shukran!

Manos Solidarias
Martil-Tetuán                                 
Agosto de 2013
                                         

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