miércoles, 15 de abril de 2015

Eduardo Galeano me inspiró. En su honor: repesco una experiencia :)

21 fueguitos en un mar llamado Tetuán

Solo 14 kilómetros. Esta es la distancia que separa Europa y África por el Estrecho
de Gibraltar. Un recorrido breve para introducirse en otro continente, en otro país:
con una cultura, una religión, un idioma, unas costumbres y gente diferente. De
este modo, un grupo de voluntarios rompimos barreras y nos sumergimos en una
apasionante aventura. En concreto, los 21 protagonistas, llegados de distintos
puntos del país, participamos en el campamento solidario en Tetuán (Marruecos)
entre el 10 y el 24 de agosto de 2013. Un evento organizado por los Misioner@s de
África de la mano de Maite Oyartzun y de Manu Osa.


Para abrir boca, el primer fin de semana asentamos las bases para preparar los días
venideros. Cada uno de los asistentes nos presentamos y realizamos una visita por
la medina secundados por el guía Ricardo. El paseo concluyó con el primer
aromático té en tierras africanas.

Al día siguiente visitamos Tánger y conocimos la casa de acogida materno-infantil
de las Misioneras de la Caridad (Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta). Por la
tarde, Assilah extendió sus brazos para darnos la bienvenida. Disfrutamos de
momentos mágicos entre sus callejuelas y los rincones nos sorprendieron en cada
paso que dábamos. Algunos valientes se sumergieron en las frías aguas del
Atlántico, mientras que el resto se dejó seducir por los habitantes y el ambiente
característico del enclave.

Sin embargo, el fin primordial de nuestra estancia era ayudar. De esta manera,
nuestra acción solidaria dio el pistoletazo después de sortear el fin de semana. Nos
codeamos con el medio musulmán, nos dividimos en equipos y trabajamos en
cuatro ámbitos en colaboración con organismos marroquíes.

En primer lugar, en las colonias de un orfanato llamado LEN (La Esperanza de los
Niños) cuyo eje primordial son niños en situación de dificultad. La segunda opción
era la Asociación Nour (luz en árabe), una pequeña entidad sin ánimo de lucro
dedicada a la atención integral de familias y personas afectadas de parálisis
cerebral, especialmente en situaciones económicas desfavorecidas. Otra posibilidad
fue el Centro ANJAL. Se trata de una sede de acogida y apoyo para niños de la
calle.

Por último y, como novedad, este año se extendieron las actividades con una nueva
rama en la Asociación Manos Solidarias donde impartimos clases de español y
formación con los niños y jóvenes del barrio tetuaní de Diza-Martil.
Ante tal tesitura, las mañanas y buena parte de las tardes las dedicamos a poner
«nuestro granito de arena» en nuestro campo de acción. Cada día, antes de poner
en marcha el engranaje de nuestro cuerpo, el ritual era una oración para empezar
con fuerza y fe. Acto que repetíamos todas las noches para recoger lo vivido
durante la jornada y dar gracias por los bienes recibidos.
Todo ello regado con reflexivos textos acordes con el tema elegido para afrontar el
día. Además, la música se convirtió en el hilo conductor de estas citas para dotar de
intensidad y magia a los momentos y comenzar el rodaje con calma:

«Hay mucho que aprender
y poco que perder.
Calma, ten calma, ten calma»
Calma
Canción de Nano Stern

«Aprovecha el momento, no lo malgastes»

Sin prisa, pero sin pausa. La cuestión era no detenerse y exprimir cada instante.
Así, el viaje nos brindó la oportunidad de sumergirnos en el mundo marroquí. Bien
mediante un encuentro intercultural en el Centro Lerchundi de Martil donde la
solidaridad y la cultura se dieron las manos. Cada grupo aportó sus mejores dotes
creativas y, como apunte anecdótico, cabe destacar que otro combinado de
voluntarios y nosotros coincidimos con el mismo baile. ¡Qué casualidad! Sin
embargo, no supuso ningún impedimento. La velada concluyó con una variopinta
cena en las instalaciones del local. Siguiendo por los mismos derroteros, otras
variantes fueron una charla para conocer un poquito más sobre el Islam y los
coloquios de las asociaciones ANJAL y Nour.

Por otro lado, una fuente rica para saciar la sed son los testimonios. Tal es así que
escuchamos la experiencia de algunos compañeros del grupo y enriquecernos y
aprender lecciones importantes con su ejemplo de vida. Además, para profundizar
en nosotros mismos, realizamos un viaje a nuestro interior en el «Día de
Interiorización», donde tuvimos un tiempo para reflexionar lo vivido hasta el
momento. Después de la jornada, por la noche, escuchamos un concierto en vivo
de música autóctona en la playa de Martil.

Sin más miramientos, el domingo volvimos a desafiar al despertador, cambiamos
de tuerca y viajamos a Chefchaouen. Un pueblecito encantador, donde sus edificios
azules contrastan con el colorido de las babuchas, los pañuelos o los bolsos
expuestos en los comercios anclados en el laberinto de sus entrañas. En el regreso
al centro neurálgico de Tetuán, el chófer del autobús nos acercó a un punto donde
contemplamos unas vistas preciosas de la «paloma blanca» (nombre que los poetas
dan a la ciudad debido al color blanco reinante en la Medina).

Los días pasaron en un abrir y cerrar de ojos. A priori, dos semanas parecían
mucho. Pero la experiencia se esfumó. Después de la siembra intensa, llega el
tiempo para la recogida de frutos. Aquello sonaba a despedida. «Todo tiene su
momento y todo tiene su tiempo bajo el sol». Seguro que cada uno, simulando ser
un pintor, dibuja en su mente infinidad de recuerdos de la expedición. De entre
todos ellos, 21 fueguitos en un mar llamado Tetuán. Destellos de mucha luz, de
mucha paz... «Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás». Así lo
pudimos comprobar. En Tetuán, sobre ese rico mar…

Marian Ibáñez
Tetuán, agosto de 2013

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