Comienza la
cuenta atrás. Solo quedan 24 horas para que Pamplona se tiña de blanco y rojo.
Este año me estreno, no quiero perderme esta experiencia de la que todo el
mundo habla. Presiento que será una vivencia especial. Hoy emprendo mi viaje
porque quiero sentir la explosión festiva en primera persona. La ciudad parece
un hormiguero. Vengo desde muy lejos y antes del estallido es preciso descansar
y coger fuerzas para el gran evento. Apenas duermo unas horas, los nervios me
lo impiden. Amanece el día 6 de julio, noto la inquietud entre todos mis
compañeros y se respira fiesta. Me acercan al meollo de la algarabía del casco
antiguo pamplonés. Soy un privilegiado y ocupo un puesto en el codiciado balcón
del Ayuntamiento. Me siento protagonista y acaparo la atención de millones de
miradas. Aprecio el bullicio y los pañuelos rojos en alto invocan a San Fermín.
Comienza el redoble de tambores, el reloj señala las 12 del mediodía y… ¡ssshhh
pum!: me desintegro en el cielo. Mi sonido ensordecedor retumba en la abarrotada
plaza consistorial. Doy así el pistoletazo de salida a 204 horas de fiesta ininterrumpidas.
Os paso el testigo. Mi misión ya está cumplida.
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