viernes, 31 de mayo de 2013

Por un espacio sin humo




    



                               
De Monosílabos de la A a la Z


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martes, 28 de mayo de 2013

Fragmento de "El pensamiento vivo de Séneca" de María Zambrano

Descubrir el tiempo es descubrir el engaño de la vida, su trampa última; es sentirse forzosamente, en un instante al menos, como muchacho engañado a quien le cae el engaño. Es, así, un entrar en razón. Por algo Heráclito, que tan exacto sentido tiene del tiempo, nos habla en ese paternal tono de reprimenda. Al ponernos delante de la evidencia del correr incesante de las cosas, nos está haciendo “entrar en razón”.

Pero el que esta experiencia tenga un sentido histórico, una trascendencia, es también una experiencia histórica. Es decir, es principalmente eso, pues que el descubrimiento del tiempo no siempre aprovecha. Hay épocas en que los hombres pueden permitirse el lujo de vivir ignorándolo; son los momentos en que históricamente somos niños o jóvenes y hasta hombres maduros embargados por las ilusiones, por el juego y hasta por el trabajo. Son las épocas llenas, en que el hombre no desengañado, sino sostenido por el mundo se puede permitir el lujo del engaño.

Séneca vivió un momento propicio para descubrir el tiempo. El mundo, es cierto, estaba lleno, lleno como nunca de esplendor, poderío, de ocio y de negocio. Pero como todo ello no estaba sostenido por una condición firme, al fin un día u otro tenía que caerse.          
                                                   …………
Séneca era oficiante de la razón mediadora, relativista. Y de ahí que su pensamiento esté vivo, y más que su pensamiento, su imagen, su figura en todos los tiempos en que la razón, sin fe, quiere mediar entre un irracional mundo y su puro reino abandonado. Séneca aparecerá vivo siempre que ante la inexorabilidad de  la muerte y del poder humano se encuentre, entre una fe que se extingue y otra que llega, una Razón desvalida.
                                 El pensamiento vivo de Séneca
                                                                         
                                                                  María Zambrano



El fragmento corresponde al libro que lleva por título El pensamiento vivo de Séneca publicado en 1944, durante el exilio americano de su autora. Ya en la introducción, María Zambrano deja en resalte la actualidad de Séneca, su universalidad, su actitud de mediador, así como la razón desvalida. La figura del sabio cordobés se pergeña en una selección de textos donde se manifiesta la estoica resignación y aceptación de la condición humana a través de los escritos dirigidos a Polibio, Helvia y Marcia, de los tratados sobre la tranquilidad del ánimo, de la brevedad de la vida, de la clemencia, de la vida bienaventurada, de cuestiones naturales y en las  cartas a Lucilo.

María Zambrano





María Zambrano  (Vélez, Málaga 1904 – Madrid 1991) Ensayista y  filósofa española. Nacida en la localidad malagueña de Vélez-Málaga. Sus padres Blas Zambrano García de Carabante y Araceli Alarcón Delgado, eran ambos maestros. En 1908  su familia se traladó a Madrid. Más tarde, en 1909,  se afincaron en Segovia donde transcurre su adolescencia,  porque a su padre Blas le habían otorgado la cátedra de Gramática Castellana en la Escuela Normal de Maestros de la ciudad, mientras María estudió en el Instituto de Segovia.
 De nuevo en Madrid fue discípula de José Ortega y Gasset, Xavier Zubiri y Manuel García Morente. Ejerció como profesora en la Universidad de Madrid y colaboradora en las publicaciones Revista de Occidente, Cruz y Raya y Hora de España, entre otras. Durante la Guerra Civil española (1936-1939) participó en algunas comisiones de ayuda humanitaria y cultural, y se exilió en México en 1939. Profesora de la Universidad de Morelia, se trasladó muy pronto a La Habana (Cuba), en cuya universidad enseñó durante varios años, así como en la Universidad de Puerto Rico. Posteriormente vivió en Francia, Italia y Suiza antes de su regreso definitivo a España, en 1984. En 1981 le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, y en 1988 el Premio Cervantes.
Persigue la superación del racionalismo a través de una razón poética en contraposición a la razón occidental que, desde Platón hasta el idealismo alemán, ha ido construyendo un logos desencarnado, desarraigado, que desprecia la vida; un espíritu que niega lo inmediato para afirmar la libertad absoluta. Frente al logos que hace del hombre un ser exiliado y nihilista, María Zambrano propone una “razón poética", una mediación que sin caer en el irracionalismo desesperanzado, recupere el contacto con la tierra
Así, la filosofía sería una tarea de construcción e interpretación de símbolos. De ahí deriva el hecho de que uno de sus temas fundamentales estribe en el análisis de lo que denomina “razón poética”, ya presente en Claros del bosque (1977), y en el tono literario de muchos de sus escritos, que parecen alejados del análisis técnico tradicional en la investigación filosófica. Zambrano señaló, además, la relevancia de lo que denominaba el “saber del alma”, que queda unido a su reflexión sobre la esperanza y sobre la urgencia de lo divino en la vida humana. Ejemplos de esto último serían Hacia un saber sobre el alma (1950) y El hombre y lo divino (1955). Entre el resto de su obra merecen ser destacadas: Horizonte de liberalismo (1930), Filosofía y poesía (1939), Pensamiento y poesía en la vida española (1939), La agonía de Europa (1945), El sueño creador (1965) y De la aurora (1986). En 1993 se publicó una antología, La razón de la sombra.






Cambrils



                         
                                  


                          

viernes, 24 de mayo de 2013

En marcha: A-15 / AP-68 / AP-2 / AP- 7



                           


                          
                   

                                       

                                DE VUELTA POR LA AUTOPISTA  (TARRAGONA-NAVARRA)
                                   

                               





sábado, 11 de mayo de 2013

Texto de Ana María Matute


         A veces pienso cuánto me gustaría viajar a través de un cerebro infantil. Por lo que recuerdo de mi propia niñez, creo debe de tener cierto parecido con la paleta de un pintor loco; un caótico país de abigarrados e indisciplinados colores, donde caben infinidad de islas brillantes, lagunas rojas, costas con perfil humano, oscuros acantilados donde se estrella el mar en una sinfonía siempre evocadora, nunca desacorde con la imaginación...Claro  está que habría que añadir a todo eso el sonsoniquete de la tabla de multiplicar, el chirriar de la tiza en la pizarra, la asignación semanal, las lentes sin armadura del profesor de latín, el crujir de los zapatos nuevos, la ceniza del habano de papá..Y también rondan aquellas playas unas azules siluetas indefinidas que tal vez representan el miedo a la noche, y una movible hilera de insectos multicolores cuya sola vista produce idéntica sensación a la experimentada junto a los hermanos menores. Y aquellas campanadas súbitas, inesperadas, que resuenan desde sabe Dios dónde y se espera bobamente poderlas contemplar grabadas en el mismo cielo...En fin, no es posible abarcarlo todo, ni siquiera recordarlo.
         Pero lo que no existe allí ciertamente, es la absoluta comprensión del bien ni del mal. Por más fábulas rematadas en moraleja que nos hayan obligado a leer, por más cruentos castigos que se acarreen las mentiras de Juanito, por más palacios de cristal que se merezcan las pastoras buenas, la idea del bien y del mal no arraiga fácilmente en aquellas tierras encendidas y tiernas, como en eterna primavera. No existen niños buenos ni malos: se es niño y nada más.
                          
                                                                                     
                                                                                                 Ana María Matute

 Fragmento de Los niños buenos, incluido en El tiempo y Algunos muchachos y otros cuentos.





La escritora Ana María Matute Ausejo nació en Barcelona el 26 de julio de 1926. Publicó sus primeros relatos a los 16 años. El impacto de la guerra civil quedó ya reflejado en su primera novela titulada Pequeño teatro (escrita en 1943, pero inédita hasta 1954, cuando recibió el Premio Planeta). Su visión de la guerra como un enfrentamiento fratricida se manifestará en muchas de sus obras con características neorrealistas, como en Los Abel (1948), Fiesta al Noroeste (1953, premio Café Gijón en 1952), Los hijos muertos (1958, premio de la Crítica y premio Nacional de Literatura), Primera memoria (que obtuvo el Premio Nadal en 1959), Los soldados lloran de noche (1964, premio Fastenrath de la Real Academia Española), La trampa (1969) y La torre vigía (1971). En todas estas obras la mirada protagonista infantil o adolescente es lo más sobresaliente y marca un distanciamiento afectivo entre realidad y sentimiento o entendimiento. Se inician con gran lirismo y poco a poco se sumergen en un realismo exacerbado. Así sucede en El tiempo (1956), Historias de la Artámila (1961) y Las luciérnagas, siendo este último un relato sobre la posguerra cuya  publicacón íntegra se llevó a cabo  en 1993. Anteriormente, en 1954, había aparecido muy censurado bajo el título de En esta tierra.
Su literatura infantil, que ha cultivado con esmero y cariño, ha tenido una buena acogida; prueba de ello es que en 1965 obtuvo el Premio Lazarillo por El polizón de Ulises.
Después de varios años de gran silencio narrativo, en 1984 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil con la obra Solo un pie descalzo. En 1996 publicó Olvidado rey Gudú y fue elegida académica de número de la Real Academia Española. En 2000 salió a la luz su novela Aranmanoth, ambientada en la Edad Media, y el volumen Todos mis cuentos. Entre sus más recientes publicaciones se encuentra Cuentos de infancia (2002), un curioso volumen que recoge relatos y dibujos realizados por la autora durante su niñez, La puerta de la luna. Cuentos completos (2010)
En 2007 le fue concedido el Premio Nacional de las Letras Españolas por el conjunto de su obra y  en noviembre de 2010 el Premio Cervantes.

martes, 23 de abril de 2013

Tres poemas de José Manuel Caballero Bonald



MÚSICA DE FONDO

Llega el momento de decir la palabra
y se la deja fluir, se la ayuda
a resbalar entre los labios,
anclada ya en sus límites de tiempo.
La palabra se funda a ella misma, suena
allá en el corazón del que la habla
y trepa poco a poco hasta nacer
y antes es nada y sólo una verdad
la hace constancia de algo irrepetible.

Súbitamente esa palabra aumenta
el hallazgo caudal de la memoria,
boga sobre los hombres que la escuchan,
gira anhelante entre vislumbres
y se alza más y más y se perfila, pule
sus bordes balbucidos, se nivela entre sueños.
Después inicia su holocausto.
Función de amor o de vileza,
la palabra se gasta en los oídos,
puebla sus márgenes de brozas,
se torna vana, amago de un aliento,
oscuridad final y sin sentido.
Está cayendo ya hecha pedazos.
Rescoldos sumergidos, restos
de rescates sin fondo, flota y flota
sobre las intenciones proferidas,
entre el silencio de las conjeturas.
Es nada la palabra que se dijo
(no importa que se escriba para
querer salvarla), es nada y lo fue todo:
la música del mundo y su apariencia.
                                                                     

                                                                De Memorias de poco tiempo 1954



                                                             


AZOTEA

Fui feliz fugazmente algunas veces,
entre dos furias fui feliz,
lo fui de vez en cuando sin saberlo.

Por ejemplo en la ciudad solar que se veía
desde aquella azotea de la infancia,
tentadora ciudad a rachas flameando
en los celestes mástiles del tiempo,
mientras iniciaba la vida la aventura
de descubrir el mundo a escondidas del mundo.

Allí subsisto aunque no esté, allí
perduro en medio
de la devastación de esa azotea
que reconstruyo cada día para no claudicar.

                                                        De Manual de infractores  (2005)


                                                         



ANIVERSARIO

La mitad de mi vida  está
pendiente de la otra
mitad.
           ¿Hacia qué lado
se inclinan los recuerdos como el árbol
hacia los vientos dominantes?

Paso
         a paso
ha venido emplazándome una misma
consoladora tregua de la edad.

Ahora es mañana, su duración es mía,
el ayer
pertenece, como la historia, a los demás.                     
                                                                            
                                          De Manual de infractores  (2005)






José Manuel Caballero Bonald nació el 11 de noviembre de 1926 en Jerez de la Frontera (Cádiz) Su padre era cubano y su madre pertenecía a una rama de la familia del vizconde de Bonald -filósofo tradicionalista francés- radicada en Andalucía desde mediados del siglo XIX. Estudió Náutica en Cádiz, y Filosofía y Letras en Sevilla y Madrid. Fue profesor de literatura española en la Universidad Nacional de Colombia. Después viajó por diversos países hispanoamericanos hasta el año 1963, en que regresó a España. En 1966 fue encarcelado en la prisión de Carabanchel por razones políticas y en 1971 empezó a trabajar en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española, donde permaneció hasta 1975. Durante ese tiempo impartió también cursos en universidades europeas y asistió a varios simposios literarios. Posteriormente se incorporó como profesor de Literatura Española Contemporánea en el Centro de Estudios Hispánicos del Brynn Mawr College de Pennsylvania, cargo en el que permaneció hasta 1978. 



POESÍA



Las primeras publicaciones de Caballero Bonald hay que situarlas en lo que fue la poética de la llamada generación del 50. Las adivinaciones (1952), Memorias de poco tiempo (1954), Anteo (1956), Las horas muertas (1959) y Pliegos de cordel (1963) fueron reunidas en 1969 por el autor en Vivir para contarlo. Es una poesía simbolista e intimista en la que se siente a un joven disconforme con el mundo —con la situación social de su época— y que a través de un lenguaje rico y muy elaborado, en el que se mezcla lo barroco con lo popular, crea un mundo personal auténtico regido por la experiencia artística. En Descrédito del héroe (1977) el registro poético cambia. Aparece ahora, tras ese largo silencio, un culto a la imaginación y a la memoria; su tierra, su infancia, su experiencia vital y artística y su constante preocupación lingüística le llevan a un lenguaje extremadamente depurado y hermético. En 1984 publica Laberinto de fortuna y en 1997, Diario de Argónida, “un compendio de meditaciones adosadas a mi propio escepticismo”, en el que a través de la memoria, el tiempo y la muerte, exige su derecho como creador a inventarse la vida. En 2004 publicó su obra poética completa, con el título de Somos el tiempo que nos queda, y en 2005, el poemario Manual de infractores donde el  despojamiento ornamental y la síntesis analítica se unen a la capacidad indagatoria en el lenguaje y a la búsqueda de una poesía que –como dice su autor- ocupe más espacio que el propio texto.
 NARRATIVA

Su incursión en la narrativa fue más tardía que en la poesía. En 1961 obtuvo el Premio Biblioteca Breve por Dos días de septiembre (1962) Siguió Ágata ojo de gato (1974), Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981),  En la casa del padre (1988), Campo de Agramante (1992) todas ellas  ambientadas en  Andalucía. Es también autor de dos tomos de memorias: Tiempo de guerras perdidas (1995) supone un acercamiento autobiográfico al universo de la infancia en la que domina una introspección selectiva de carácter mítico. En 2001 publicó sus La costumbre de vivir (2001).  Mar adentro (2002) es el resultado de una vieja pasión del autor por la navegación y recoge sus escritos dedicados al mar.
Caballero Bonald ha escrito, además, varios libros de ensayo de diversos temas, como Breviario del vino (1980), Narrativa cubana de la revolución (1968), Luces y sombras del flamenco (1975) o Sevilla en tiempos de Cervantes (1991). A lo largo de su carrera, el autor ha recibido numerosos premios y distinciones, entre los que destacan el Premio de la Crítica, en dos ocasiones (por Ágata ojo de gato y Descrédito del héroe); el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2004; el Premio Nacional de las Letras Españolas en 2005 y, en 2006, el Premio Nacional de Poesía, por Manual de infractores y el Premio Cervantes en 2012.



domingo, 21 de abril de 2013

Fragmento de José Luis Sampedro



El aire húmedo acaricia mi frente con ráfagas salobres, pues navegamos proa al viento. Navegamos, sí, pues conmigo viajan millones de personas. Avanzamos por el océaano de la Historia  a bordo de esta gigantesca embarcación, mayor aún que un continente. Todo un estilo de vida con su conjunto de tradiciones, su profusión de costumbres y su laberinto de objetivos, deseos, perspectivas…Un hormiguero humano, en fin, flotando tiempo adelante en este navío. El OCCIDENTE: ése es su nombre. Legible en la popa, en grandes letras de oro, algo deterioradas.
Viajando ¿hacia dónde? ¿Cuál es nuestro destino?
……….

He perdido interés en casi todo y, además, mi edad madura ya sólo me deja un horizonte reducido. Por eso me dejo llevar por la nave, sin más cuidado serio que el de mantenerme en pie con mi digna humildad.




                                                                       De  La senda del drago
                                                             
                                                                  José Luis Sampedro (1917- 2013)






José Luis Sampedro, economista, humanista y escritor. Nacido en Barcelona el 1 de febrero de 1917, residió en diversas ciudades españolas y en Tánger (Marruecos), lo que le permitió acceder a la cultura árabe y, posteriormente, reflejarlo en su obra de ficción. Finalizada la guerra civil  ingresó en la facultad de ciencias Políticas y Económicas. Ejerció como docente en la Universidad de Liverpool y en la Universidad Complutense de Madrid fue catedrático de Estructura Económica desde 1955 hasta 1969. También desempeñó los cargos de subdirector (1962-1969) y asesor (1979-1981) del Banco Exterior de España. Senador por designación real (1977-1979), en 1990 fue elegido miembro de la Real Academia Española.
Su actividad como economista se ha caracterizado por centrarse en aspectos tales como la política industrial y la propia dinámica interna de la economía. Asimismo, ha sido considerado el precursor en su país de la denominada economía ecológica. Entre sus principales obras en esta disciplina destacan: Principios prácticos de localización industrial (1957), Realidad económica y análisis estructural (1959), Las fuerzas de nuestro tiempo (1967), Conciencia del subdesarrollo (1973), Inflación: una versión completa (1976), Conciencia del subdesarrollo veinticinco años después (1996) -junto con Carlos Berzosa- y El mercado y la globalización (2002).
Como novelista gozó de gran popularidad y éxito. Del conjunto de su producción literaria merecen especial mención los siguientes libros: La estatua de Adolfo Espejo (escrito en 1939, pero inédito hasta 1994), Congreso en Estocolmo (1951), El río que nos lleva (1961), El caballo desnudo (1970), La sonrisa etrusca (1985), la trilogía “Los Círculos del Tiempo” –formada por Octubre, octubre (1981), La vieja sirena (1990), Real sitio (1993)- , El amante lesbiano (2000) y La senda del drago (2006), Cuarteto para un solista (2011) escrito en colaboración con Olga Lucas.
Como humanista criticó la decadencia moral y social de Occidente, el neoliberalismo, la tecnobarbarie y el capitalismo salvaje.
Falleció en Madrid el  8 de abril de 2013, a los 96 años.