ZENOBIA CAMPRUBÍ Y JUAN RAMÓN JIMÉNEZ |
Se cumple este año el centenario de la primera edición
de Platero y yo (1914) escrita por Juan Ramón Jiménez, y he aquí un par de
capítulos de este clásico de la literatura española del siglo XX.
Los textos seleccionados refieren la muerte del burrito Platero y todo
el sentimiento que suscita en su dueño su ausencia.
Fragmento de Platero y yo.
de Juan Ramón Jiménez (1881-1958)
LXV LA MUERTE.
Encontré a Platero echado en su cama de paja,
blandos los ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié, hablándole, y quise que se
levantara...
El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una
mano arrodillada... No podía... Entonces le tendí su mano en el suelo, lo
acaricié de nuevo con ternura, y mandé venir a su médico. El viejo Darbón, así
que lo hubo visto, sumió la enorme boca desdentada hasta la nuca, y meció sobre
el pecho la cabeza congestionada, igual que un péndulo.
—Nada bueno, ¿eh?
No sé qué contestó... Que el infeliz se iba...
Nada... Que un dolor... Que no sé qué raíz mala... La tierra, entre la
hierba...
A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla
de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y
descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa
apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una
polvorienta tristeza.
Por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez
que pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una bella mariposa de
tres colores.
LXVI NOSTALGIA.
Platero, tú nos ves, ¿verdad?
¿Verdad que ves cómo se ríe en paz, clara y fría,
el agua de la noria del huerto; cuál vuelan, en la luz última, las afanosas
abejas, en torno del romero verde y malva, rosa y oro por el sol que aún
enciende la colina?
Platero, tú nos ves, ¿verdad?
¿Verdad que ves pasar por la cuesta roja de la Fuente
Vieja los borriquillos de las lavanderas, cansados, cojos, tristes en la
inmensa pureza que une tierra y cielo en un solo cristal de esplendor?
Platero, tú nos ves, ¿verdad?
¿Verdad que ves a los niños corriendo,
arrebatados, entre sus propias flores, liviano enjambre de vagas mariposas
blancas, goteadas de carmín?
Platero, tú nos ves, ¿verdad?
Platero,
¿verdad que tú nos ves? Sí, tú me ves. Y yo oigo, en el poniente despejado,
endulzando todo el valle de las viñas, tu tierno rebuzno lastimero...
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