jueves, 21 de mayo de 2015

Poemas de Teresa Ramos


Para Teresa Ramos (Oviedo, 1961) escribir es otorgar al verbo ese lugar preciso que hace mover mareas en las playas del crepúsculo. Según la autora,  las ideas discurrren por la única patria posible que es el poema. Una patria sin bandera, sin hambre, sin miedo…y con la luz precisa de la palabra exacta que se atreve a renombrar lo que aún no existe. Así lo manifiesta en La conjura de las letras (2012), poemario premiado que se inicia con un díptico sobre la lectura, expresado en presente de infinitivo: Leer, precedido de un dibujo de palabras que conforman  una imagen imprecisa.

                                                

Portada de La conjura de las letras



LEER


I
                                   “Navegar é preciso; viver ñao é preciso”   
                                                                                     Fernando Pessoa

                                                                                         
En medio de la luz del verano
corrí posesa a buscar el códice.
Debía descifrar los signos
que secuestraban de nuevo mis pasos
hacia ese impreciso lugar
que apenas lograba comprender.


La tarde llegaba aquietada
por la música mía del silencio,
sentí la urgencia de encontrarte
y olvidar las manos agrietadas
del invierno, en esta casa habitada
por espectros y por mí.


Me acompañan las palabras
como dardos sobre mi conciencia,
me rindo a la evidencia de nuevo,
vuelvo a encontrarme sedienta
y avergonzada de mi hambre.

Necesito comprender la materia
que sostiene un verso,
el hormigón del ritmo que lo invade,
y la sal que alienta el cuerpo dormido
en las horas del estío.


Otra vez el autor me pone contra las cuerdas
del misterio, me empuja a un nuevo abismo,
y a quemar las banderas de esta patria prestada
que no me pertenece.


No existe para mi elección posible,
he de navegar entre las líneas
de este navío sin brújula
en medio de las letras y sus cauces.
Me proveo de agua y frutas.
Esta vez no me azotará la enfermedad.


Esta vez no arderán mis vísceras,
esta vez el libro y mi persona
danzarán de verso libre y de amor impreso.
Por el verbo que aún no sabe que ha de nacer,
ni el sentido de su existir.

Transitar poemas es abrir los ojos
y ganar tierra al naufragio del tiempo
con su capa de inmortalidad.
Para huir de las uñas de la noche,
y deslizar mi pelo largo por la espalda del miedo.


Seguir las líneas imprecisas
de una verdad que me somete a tu luz,
ponerme gafas para transitar en calma paisajes
imposibles. Vivir los epigramas.
Son las líneas que jamás trazaste sobre mi piel.


Restablecer la duda para darle alas al invierno,
leer para existir en la palabra que permanecerá
incólume cuando ya no exista nada para mi,
ni el pensamiento, ni tan siquiera yo misma.





II

                               Puedo aceptar que un niño tenga miedo de la oscuridad,                                                 pero no que un adulto tenga miedo de la luz.  
                                                                                                                  Platón

Deslizarme en el tejido del sueño que libera,
agrietar la máscara y rescatar la piel
encadenada frente a la mirada del otro.
Poeta con tu “viento del pueblo”,
y tu savia para el lector utópico.

Seguir leyendo es trazar los mapas
de la ruta de mi destino,
fundar campamentos en lugares salvajes.
Para llenar los ríos de mi futuro
de peces sin contaminar.

Seguir leyendo la razones para luchar
por mi vida, encontrar paisajes con sus gentes.
Y observar las aves comunes que persisten
en sus cielos lentamente.

Seguir leyendo para pintar los trazos
del pueblo que nacerá mañana,
en la lealtad y la verdad de su sangre,
donde los animales caminen
más allá de las pantallas de plasma.

Seguir leyendo para amar palabras
que se llenan de ti cuando te pienso,
que construyen versos que te nombren,
que te invitan a vivir en las habitaciones
de en este piso sin terrazas, sin vistas al mar,
en este pequeño rincón de mi casa.


Para ver como va creciendo en mi calle,
y su arboleda los poemas en las horas
de la siesta, y en la horas memorables
en que uno quiere fundar naciones,
en un territorio virgen que ningún
mercado podría comprar jamás.


Habitar un espacio mínimo, un sofá,
una lámpara enfocando el libro,
alguna luz indirecta,
mis manos sujetándolo,
las siemprevivas recién cortadas
y mi alma sobrevolando tejados.
Cuando ya nadie me escucha,
sin que lo sepa nadie.



Leer tu libro de poemas
para jugarme la vida frente a un verso.
Para aprender a descifrar
el sentido del vacío
que habita entre las líneas,
para explosionar distancias
y transcribir fábulas de la noche.


Seguir leyendo para reunir el coraje
de nombrar la nueva patria por hacer,
aceptar el fin del exilio y construir
mi nueva casa.
Plantar flores de tinta en el jardín
y regar las ideas que coseche
en mi terreno.


Inocular el veneno poseso del ritmo
y el tempo que se atreve a sobrevenir.
Impulsar mi cuerpo al interior de las plazas
en lenguaje de danzante.
Imprimir la fe del verbo que abre puertas
a los sueños desahuciados.



Leer para expulsar los fantasmas
de los rincones de mi tiempo,
arder en la indiferencia de las horas,
y asentar el cimiento que me ancla
a la certeza de que mi única  patria posible
es el cambio que acontece cada vez que respiro.
   
                                                                           Mª Teresa Ramos Rabasa
                                                                           
                                                                          De La conjura de las letras

                                                                          

Otras veces las palabras zigzaguean , se entrecruzan y enlazan en abiertos símbolos de infinito para decir “espirales somos en el aire”; o, en un alarde de ingenuidad, forman un corazón con todas sus sílabas completas, incluida la onomatopeya de los latidos. 

  O dibujan un árbol con sus ramas abiertas , antes de entablar un diálogo con las palabras que conforman el poema final: “Poesía”   y a quien la propia autora  promete lealtad : Palabra, ligera pluma / que portas en ti todas las cosas, / y te vuelves Poesía./ Trenzas redes encantadas, / convocas sirenas y delfines en ti./ Pescadora de palabras al vuelo soy./ Lo confieso desde hoy y para siempre, / Poesía . Te prometo lealtad.



martes, 5 de mayo de 2015

Momento de pura revolución: la fiesta del séptimo arte ataca de nuevo

Sin ninguna duda, la fiesta del cine tiene una buena acogida. Bien sabemos que, en los tiempos que corren, una entrada no es precisamente barata. Entonces con la crisis o la piratería, entre otras razones, muchas salas del país están vacías. Los empresarios de este arte querían un punto de inflexión en sus negocios. Para ello inventaron la fiesta del cine. 

La exitosa cita convoca a todos cinéfilos a disfrutar de una película por el módico precio de 2,90 €. Cada vez tiene más aceptación y este año abarca los días 11 al 14 de mayo. El «objetivo principal de la cita es fomentar la asistencia a salas de cine como un hábito social y cultural y mostrar el agradecimiento de la industria a todos los espectadores que cada año disfrutan de la magia de las películas en la pantalla grande». Fuente: El País

A raíz de la apuesta de la industria cinematográfica, mi cabeza recoge un listado de películas de visionado obligatorio. Me vienen a la mente varias de ellas. Pero si tengo que quedarme con una elijo el Club de los poetas muertos (1989). No sé muy bien la razón, quizás sea por el mensaje que trasmite de fondo o por simple nostalgia de mis años universitarios. Sea cual sea el motivo, todo aquel que haya disfrutado del film no pude olvidar dos momentos singulares de la trama.

¡Oh capitán, mi capitán! Esta es una de las citas más conocidas de la película y pertenece a un poema de Walt Whitman escrito en honor a Abraham Lincoln (presidente de EEUU) después de su asesinato. Os dejo la escena en concreto:





Desde mi punto de vista, este pasaje tiene mucha fuerza. Se trata de un poema de liderazgo, superación personal e inspiración. Asimismo la segunda pata esencial de la película es el Carpe Diem (aprovecha el momento) como lema a seguir. Lección que, en el film, los pupilos del maestro de poesía John Keating (fallecido actor Robin Williams) aprenden en una reunión clandestina de poesía. La esencia de la película supone un relato idealista y habla de la necesidad de ser libres, encontrar el propio camino y aprovechar el momento.

Así que el legado queda claro: Carpe diem, quam minimun credula postero. Vive el momento, pero no lo malgaste. Así que apunten: solo tenemos una vida y merece la pena vivirla bien. Incluso dándonos un capricho delante de la gran pantalla. ¡Vive la fiesta del cine!

domingo, 3 de mayo de 2015

Homenaje a la madre de Ángel Urrutia


Hoy en el día de la madre he seleccionado textos de Ángel Urrutia (Lecumberri, 1933 – Pamplona, 1994) pertenecientes  a Homenaje a la madre. Antología poética española del siglo XX,  con ilustraciones de Alfredo Díaz de Cerio (1945-2008) y prólogo de Guillermo Díaz-Plaja, editada en 1984.

Neruda y Octavio Paz, Unamuno, Machado, Juan Ramón Jiménez, José García Nieto, Carlos Bousoño, Ángel González, José Agustín Goytisolo, Rafael Alberti, Gabriel Celaya, Blas de Otero, Leopoldo Panero, José Ángel Valente, son algunos de los noventa y siete poetas que conforman esta antología en la que podemos encontrar poemas de escritoras como María Beneyto, Carmen Conde, Ernestina de Champourcin, Ángela Figuera - Aymerich, Clara Janés, María Elvira Lacaci, Concha Lagos, Susana March y Concha Zardoya.




miércoles, 22 de abril de 2015

Fragmento de "Pelando la cebolla" de GÜNTER GRASS



                                                                               
Günter Grass


El fragmento que a continuación se ofrece se halla extraído del libro de memorias Pelando la cebolla.

El autor Günter Grass, remontándose a su infancia, refiere el entorno familiar y social. Muestra la reacción de la madre cuando siendo un muchacho le pide una asignación semanal similar a la de sus compañeros de colegio. Advertimos la actitud pragmática y resolutiva del chico al aceptar la propuesta de su madre y encargarse personalmente del cobro de las deudas y el correspondiente  aprendizaje que de ello deriva.                
                                     


(...) La tienda de ultramarinos, unida por un lado al corredor que conducía a la puerta del piso y que mi madre, sola, llevaba hábilmente con el nombre de Helene Graß -el padre, Wilhelm, llamado Willy, decoraba el escaparate, se ocupaba de las compras a los mayoristas y escribía los rótulos con los precios-, iba de mediano a mal. En la época de los florines, las restricciones aduaneras hacían inseguro el comercio. En todas las esquinas había competencia. Y, para que se autorizara la venta suplementaria de leche, nata, mantequilla y queso fresco, hubo que sacrificar la mitad de la cocina hacia el lado de la calle, de forma que quedara una habitación sin ventanas para la cocina de gas y la nevera. La cadena de tiendas Kaisers Kaffee-Geschäft nos quitaba cada vez más parroquianos. Sólo si todas las facturas se pagaban puntualmente suministraban su género los representantes. Había demasiados clientes al fiado. Especialmente a las mujeres de los funcionarios de aduanas, correos y policía les gustaba hacer sus compras a crédito. Se lamentaban, regateaban, pedían descuento. Los padres lo confirmaban todos los sábados, después de cerrar la tienda: "Otra vez andamos mal de fondos".

Por eso hubiera sido comprensible que la madre no pudiera permitirse darme una paga semanal. Sin embargo, como yo no dejaba de quejarme -en mi clase todos mis compañeros disponían de calderilla más o menos abundante-, me dio un cuadernillo manoseado por el uso en el que se enumeraban las deudas de todos los clientes que, como ella decía, vivían "de prestado". Veo el cuaderno ante mí, lo abro.

Con pulcra escritura están los nombres, direcciones y sumas en florines recientemente disminuidas y una y otra vez aumentadas, incluidos los céntimos. El balance de una mujer de negocios que tiene motivos para preocuparse por su tienda; y sin duda también un reflejo de la situación económica general, con el desempleo en aumento.

"El lunes vendrán los representantes y querrán dinero contante", solía decir ella. Sin embargo, la madre nunca presentó la mensualidad del colegio al hijo, ni, luego, a la hija, como algo por lo que los niños hubieran debido sentirse obligados. Nunca dijo: "Yo me sacrifico por vosotros. ¡Haced algo a cambio!".

Ella, que no tenía tiempo para una pedagogía precavida que considerase todas las repercusiones -cuando se trataba de una pelea entre mi hermana y yo que resultara demasiado ruidosa, les decía a los clientes: "Un momentico", salía apresurada de la tienda y no preguntaba: "Quién ha empezado", sino que abofeteaba en silencio a sus dos hijos y volvía a ocuparse, amable, de la clientela-; ella, cariñosamente tierna, calurosa, fácil de conmover hasta las lágrimas; ella, a la que, cuando tenía tiempo, le gustaba perderse en ensoñaciones y calificaba todo lo que consideraba hermoso de "auténticamente romántico"; ella, la más preocupada de todas las madres, dio a su hijo un día el cuadernillo y me ofreció el cinco por ciento, en florines y centavos, de las deudas que cobrara si estaba dispuesto a visitar, armado sólo de buena labia -¡la tenía!- y de aquella libreta llena de cifras en hileras, todas las tardes, o cuando encontrara tiempo al margen de aquel servicio, en su opinión pueril, de la Jungvolk, a los clientes morosos, a fin de que se vieran abocados, si no a saldar sus deudas, al menos a pagarlas a plazos.

Luego me aconsejó que pusiera especial celo la tarde de un día de la semana determinado: "Los viernes las empresas pagan, y entonces hay que ir y cobrar".

De esa forma, con diez u once años, siendo alumno de primero o segundo de secundaria, me convertí en recaudador de deudas astuto y en definitiva con éxito. A mí no se me podía despedir con una manzana o unos caramelos. Se me ocurrían palabras para ablandar el corazón de los deudores. Hasta sus excusas piadosas y untadas con vaselina me resbalaban por los oídos. Aguantaba las amenazas. Cuando alguien quería cerrar de golpe la puerta de su casa, se encontraba con mi pie interpuesto. Los viernes, aludiendo al salario semanal abonado, me mostraba especialmente exigente. Ni siquiera los domingos eran para mí sagrados. Y durante las vacaciones, cortas o largas, trabajaba el día entero.

Pronto liquidé sumas que, por razones pedagógicas, indujeron a la madre a reducir las desmesuradas ganancias de su hijo, del cinco al tres por ciento. Yo lo acepté refunfuñando. Sin embargo me dijo: "Para que no te crezcas demasiado".

En fin de cuentas, sin embargo, disponía de más fondos que muchos de mis compañeros de colegio que vivían en el Uphagenweg o el Steffensweg, en villas de doble tejado con portal de columnas, terraza abalconada y entrada de servicio, y cuyos padres eran abogados, médicos, comerciantes en cereales o, incluso, fabricantes o navieros. Mis ingresos netos se acumulaban en una caja de tabaco vacía, escondida en el nicho de la ventana. Me compraba blocs de dibujo en grandes cantidades y libros: varios volúmenes de La vida de los animales de A. E. Brehm. Al apasionado espectador le resultaba ahora asequible ir a los "palacios del cine" más alejados del barrio viejo, incluso el Roxi, cerca del parque del palacio de Oliva, incluida la ida y vuelta en tranvía. No se le escapaba ningún programa.

Entonces, en la época del Estado Libre, pasaban todavía el noticiario Fox Tünende Wochenschau, antes del documental y el largometraje. A mí me fascinaba Harry Piel. Me reía con el Gordo y el Flaco. A Charlot buscadorde oro lo vi comerse un zapato, incluidos los cordones. A Shirley Temple la encontraba tonta y sólo moderadamente monilla. Me llegó el dinero para ver varias veces una película muda de Buster Keaton, cuya comicidad me entristecía y cuya tristeza me hacía reír.

¿Fue en febrero por su cumpleaños, o el Día de la Madre? En cualquier caso, ya antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial creí estar en condiciones de regalar a mi madre algo especial, un artículo de importación. Pasé mucho tiempo ponderando ante los escaparates, disfruté de la indecisión de la elección, vacilé entre la fuente de cristal ovalada de los almacenes Sternfeld y una plancha eléctrica.

Finalmente fue el elegante producto de Siemens, cuyo enorme precio había preguntado severamente la madre pero luego ocultado a la parentela como si fuera uno de los siete pecados capitales; y tampoco el padre, seguro de poder sentirse orgulloso de su eficiente hijo, debía revelar la fuente de mi súbita riqueza. Después de utilizada, la plancha desaparecía enseguida en el aparador.


La práctica del cobro de deudas me reportó otra ganancia, que sin embargo sólo transcurridos decenios se reflejó en una prosa tangible.

Yo subía y bajaba las escaleras de las casas de alquiler, en las que según los pisos olía distinto. El olor que despide el repollo al cocerse era dominado por el hedor de la ropa sucia al hervir. Un piso más arriba olía sobre todo a gato o a pañales. Tras cada puerta de la vivienda había un mal olor peculiar. A agrio o a quemado, porque el ama decasa acababa de rizarse el pelo con tenacillas. El aroma de las señoras de edad: bolas de naftalina y colonia Uralt Lavendel. El aliento a aguardiente del pensionista viudo.

Yo aprendía al oler, oír, ver y sentir: la pobreza y pesadumbre de las familias obreras numerosas, la soberbia y la furia de los funcionarios, que maldecían en un alemán rebuscado, incapaces de pagar por principio, la necesidad de las mujeres solitarias de un poco de charla en la mesa de la cocina, el silencio amenazante y las persistentes peleas entre vecinos.

Todo ello se acumulaba interiormente como ahorro: padres que pegaban sobrios o borrachos, madres que vociferaban en los registros más agudos, niños enmudecidos o tartamudeantes, toses ferinas y crónicas, suspiros y maldiciones, lágrimas de diversos grosores, el odio a los hombres y el amor a los perros y canarios, la historia interminable del hijo pródigo, historias proletarias y pequeñoburguesas, las narradas en un bajo alemán entremezclado de maldiciones polacas, las de lenguaje oficial, cortadas y reducidas al tamaño de leños, aquellas cuyo motor era la infidelidad, y otras, que sólo después entendí como historias, que trataban de la firme voluntad del espíritu y la frágil debilidad de la carne.

Todo eso y mucho más -no sólo los palos que recibía al cobrar las deudas- se fue acumulando en mí, depositado para cuando al narrador profesional le escaseara el material, le faltaran palabras. Sólo tendría que rebobinar el tiempo, olfatear olores, clasificar hedores, volver a subir y bajar escaleras, apretar timbres o llamar a puertas, con especial frecuencia en la noche del sábado. Puede ser incluso que ese trato temprano con los florines del Estado Libre, incluidas las sumas en céntimos, y luego, a partir del treinta y nueve y del comienzo de la guerra, el cobro en marcos del Reich -las codiciadas monedas de plata de cinco marcos-, se afirmara tan permanente como práctica establecida, que me resultara fácil, sin escrúpulos, permanecer obstinado durante la posguerra, en calidad de estraperlista de artículos que escaseaban, como piedras de mechero y cuchillas de afeitar, y más tarde, como escritor, al negociar contratos con editores duros de oído y permanecer reivindicativo e inflexible.

Por eso tengo razones de sobra para estar agradecido a mi madre, porque me enseñó pronto a manejar el dinero con realismo, aunque fuera cobrando deudas. Y por eso, al ensartar el autorretrato de palabras que me exigían mis hijos Franz y Raoul, cuando en Del diario de un caracol, que escribí a comienzos de los sesenta, se dice lapidariamente: "Fui bastante bien mal educado", me refiero a mi práctica como recaudador de deudas. Me he olvidado de citar de pasada las frecuentes anginas que, antes y después de terminar mi infancia, me libraban unos días del colegio pero me impedían prestar al cliente mi atención obsesionada por el dinero. La madre llevaba al convaleciente a la cama, en un vaso, yemas de huevo revueltas con azúcar


                                                                               Günter Grass


                                                             Fragmento de Pelando la cebolla







El escritor alemán Günter  Grass había nacido en Ciudad Libre de Danzing (Polonia) el 16 de octubre de 1927 y falleció en Lübeck (Alemania) el 13 de abril de 2015, a los 87 años.

Ha sido uno de los representantes más significativos de la literatura alemana contemporánea.
Hijo de padre alemán y madre polaca, sus progenitores regentaron una tienda dultramarinos y desde muy joven manifestó inclinación por la literatura.

Prestó servicio militar en la fuerza aérea alemana durante la II Guerra Mundial, y posteriormente estudió en la Academia de Artes de Düsseldorf y en la Academia de Bellas Artes de Berlín dibujo y escultura.

Ni la cárcel ni el exilio le fueron ajenos y aunque sus primeras obras fueron piezas de teatro, su novela El tambor de hojalata (1959) le procuró mayor celebridad y fue llevada al cine. Le siguieron El gato y el ratón (1961), Años de perro  (1963) , El rodaballo (1977), El encuentro de Telgte (1979) , Partos mentales (1980), además de una extensa obra ensayística  de carácter político, social y cultural.
En Mi siglo (1999), reunió cien relatos breves, en los que sometió a examen, año por año, los principales avatares del siglo XX, mostrando especial interés por los hechos y acontcimientos relacionados con Alemania. Con la novela A paso de cangrejo (2002), vuelvió a profundizar en la historia alemana; en esta ocasión, abordando el sufrimiento de los propios alemanes durante la II Guerra Mundial a través del relato del hundimiento, en 1945, de la embarcación Wilhelm-Gustloff en el mar Báltico. Cinco decenios (2003) recoge sus reflexiones sobre la relación entre literatura y artes plásticas.
Su obra autobiográfica Pelando la cebolla (2006), fue la más controvertida, al manifestar en ella que a los 17 años formó parte de una unidad de las Waffen-SS  Al año siguiente, Günter Grass respondería a esta controversia, con el libro de poemas Dümmer August  o  Payaso de agosto.
En 1999 obtuvo el Premio Nobel de literatura y el premio Príncipe de Asturias de las Letras.



miércoles, 15 de abril de 2015

Eduardo Galeano me inspiró. En su honor: repesco una experiencia :)

21 fueguitos en un mar llamado Tetuán

Solo 14 kilómetros. Esta es la distancia que separa Europa y África por el Estrecho
de Gibraltar. Un recorrido breve para introducirse en otro continente, en otro país:
con una cultura, una religión, un idioma, unas costumbres y gente diferente. De
este modo, un grupo de voluntarios rompimos barreras y nos sumergimos en una
apasionante aventura. En concreto, los 21 protagonistas, llegados de distintos
puntos del país, participamos en el campamento solidario en Tetuán (Marruecos)
entre el 10 y el 24 de agosto de 2013. Un evento organizado por los Misioner@s de
África de la mano de Maite Oyartzun y de Manu Osa.


Para abrir boca, el primer fin de semana asentamos las bases para preparar los días
venideros. Cada uno de los asistentes nos presentamos y realizamos una visita por
la medina secundados por el guía Ricardo. El paseo concluyó con el primer
aromático té en tierras africanas.

Al día siguiente visitamos Tánger y conocimos la casa de acogida materno-infantil
de las Misioneras de la Caridad (Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta). Por la
tarde, Assilah extendió sus brazos para darnos la bienvenida. Disfrutamos de
momentos mágicos entre sus callejuelas y los rincones nos sorprendieron en cada
paso que dábamos. Algunos valientes se sumergieron en las frías aguas del
Atlántico, mientras que el resto se dejó seducir por los habitantes y el ambiente
característico del enclave.

Sin embargo, el fin primordial de nuestra estancia era ayudar. De esta manera,
nuestra acción solidaria dio el pistoletazo después de sortear el fin de semana. Nos
codeamos con el medio musulmán, nos dividimos en equipos y trabajamos en
cuatro ámbitos en colaboración con organismos marroquíes.

En primer lugar, en las colonias de un orfanato llamado LEN (La Esperanza de los
Niños) cuyo eje primordial son niños en situación de dificultad. La segunda opción
era la Asociación Nour (luz en árabe), una pequeña entidad sin ánimo de lucro
dedicada a la atención integral de familias y personas afectadas de parálisis
cerebral, especialmente en situaciones económicas desfavorecidas. Otra posibilidad
fue el Centro ANJAL. Se trata de una sede de acogida y apoyo para niños de la
calle.

Por último y, como novedad, este año se extendieron las actividades con una nueva
rama en la Asociación Manos Solidarias donde impartimos clases de español y
formación con los niños y jóvenes del barrio tetuaní de Diza-Martil.
Ante tal tesitura, las mañanas y buena parte de las tardes las dedicamos a poner
«nuestro granito de arena» en nuestro campo de acción. Cada día, antes de poner
en marcha el engranaje de nuestro cuerpo, el ritual era una oración para empezar
con fuerza y fe. Acto que repetíamos todas las noches para recoger lo vivido
durante la jornada y dar gracias por los bienes recibidos.
Todo ello regado con reflexivos textos acordes con el tema elegido para afrontar el
día. Además, la música se convirtió en el hilo conductor de estas citas para dotar de
intensidad y magia a los momentos y comenzar el rodaje con calma:

«Hay mucho que aprender
y poco que perder.
Calma, ten calma, ten calma»
Calma
Canción de Nano Stern

«Aprovecha el momento, no lo malgastes»

Sin prisa, pero sin pausa. La cuestión era no detenerse y exprimir cada instante.
Así, el viaje nos brindó la oportunidad de sumergirnos en el mundo marroquí. Bien
mediante un encuentro intercultural en el Centro Lerchundi de Martil donde la
solidaridad y la cultura se dieron las manos. Cada grupo aportó sus mejores dotes
creativas y, como apunte anecdótico, cabe destacar que otro combinado de
voluntarios y nosotros coincidimos con el mismo baile. ¡Qué casualidad! Sin
embargo, no supuso ningún impedimento. La velada concluyó con una variopinta
cena en las instalaciones del local. Siguiendo por los mismos derroteros, otras
variantes fueron una charla para conocer un poquito más sobre el Islam y los
coloquios de las asociaciones ANJAL y Nour.

Por otro lado, una fuente rica para saciar la sed son los testimonios. Tal es así que
escuchamos la experiencia de algunos compañeros del grupo y enriquecernos y
aprender lecciones importantes con su ejemplo de vida. Además, para profundizar
en nosotros mismos, realizamos un viaje a nuestro interior en el «Día de
Interiorización», donde tuvimos un tiempo para reflexionar lo vivido hasta el
momento. Después de la jornada, por la noche, escuchamos un concierto en vivo
de música autóctona en la playa de Martil.

Sin más miramientos, el domingo volvimos a desafiar al despertador, cambiamos
de tuerca y viajamos a Chefchaouen. Un pueblecito encantador, donde sus edificios
azules contrastan con el colorido de las babuchas, los pañuelos o los bolsos
expuestos en los comercios anclados en el laberinto de sus entrañas. En el regreso
al centro neurálgico de Tetuán, el chófer del autobús nos acercó a un punto donde
contemplamos unas vistas preciosas de la «paloma blanca» (nombre que los poetas
dan a la ciudad debido al color blanco reinante en la Medina).

Los días pasaron en un abrir y cerrar de ojos. A priori, dos semanas parecían
mucho. Pero la experiencia se esfumó. Después de la siembra intensa, llega el
tiempo para la recogida de frutos. Aquello sonaba a despedida. «Todo tiene su
momento y todo tiene su tiempo bajo el sol». Seguro que cada uno, simulando ser
un pintor, dibuja en su mente infinidad de recuerdos de la expedición. De entre
todos ellos, 21 fueguitos en un mar llamado Tetuán. Destellos de mucha luz, de
mucha paz... «Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás». Así lo
pudimos comprobar. En Tetuán, sobre ese rico mar…

Marian Ibáñez
Tetuán, agosto de 2013

lunes, 13 de abril de 2015

"Ventana sobre la utopía" de Eduardo Galeano





Si  en la entrada correspondiente al miércoles 21 de enero incluía un texto de Eduardo Galeano,
con motivo del fallecimiento del autor uruguayo, acaecido en Montevideo, a los 74 años, y recordando al tantas veces polémico y epatante  escritor, incluyo el mensaje destinado a América Latina "Delirar en voz alta"

DELIRAR EN VOZ ALTA
Mensaje de Eduardo Galeano para América Latina
Cartagena de Indias, Julio de 1997
Si el mundo está patas arriba y cabeza abajo ¿por qué no delirar que el mundo vuelva a estar como él quiso cuando todavía no era?
Así que se me ocurrió imaginar ese mundo posible.
Delirar, soñar en voz alta:
En las calles los automóviles serán pisados por los perros, el aire estará limpio de los venenos de las máquinas y no tendrá más contaminación que la que emana de los miedos humanos y de las humanas pasiones.
La gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor.
El televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia y será tratado como la plancha o el lavarropas.
La gente trabajará para vivir en lugar de vivir para trabajar.
En ningún país irán presos los muchachos por no prestar el servicio militar; sólo irán quienes quieran hacerlo.
Los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de compra.
Los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las cocinen vivas.
Los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos y los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas.
El mundo ya no estará en guerra contra los pobres sino contra la pobreza. La industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra por siempre jamás.
Nadie morirá de hambre porque nadie morirá de indigestión. Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura porque no habrá niños de la calle. Los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero porque no habrá niños ricos.
La educación no será privilegio de quienes pueden pagarla, ni la policía será la maldición de quienes no puedan comprarla.
La justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda.
Una mujer negra será presidenta del Brasil y otra mujer negra será presidenta de los Estados Unidos; una mujer india gobernará a Guatemala y otra a Perú.
En Argentina las "Locas de la Plaza de Mayo" serán un ejemplo de salud mental porque ellas se negaron a olvidar, en el tiempo de la amnesia obligatoria.
La Santa Madre Iglesia corregirá algunas erratas en las piedras de Moisés: El sexto mandamiento ordenará: "festejarás tu cuerpo". El noveno que desconfía del deseo, lo declarará sagrado. La Iglesia también dictará el undécimo mandamiento que se le había olvidado al Señor: "amarás a la naturaleza de la que formas parte."
Todos los penitentes serán celebrantes y no habrá noche que no sea vivida como si fuera la última, ni un día que no sea vivido como si fuera el primero.